Decía Aristóteles “que el que pretende sin razón alguna más de lo que le corresponde, parece un hombre vil, pero es más vanidoso que vil”.
El Transhumanismo es una corriente heterogénea que defiende la mejora del ser humano por medio de la tecnología. La pregunta es si esa mejora se realiza por vanidad o por vileza.
La inteligencia artificial (IA), la extensión de la vida o la edición genética (CRISPR-Cas9) son avances científicos que abren infinitas posibilidades para el ser humano o, mejor dicho, poshumano.
Los Transhumanistas creen firmemente que la ciencia hará “felices” a todos. Viven imbuidos de una suerte de “optimismo tecnocientífico”, en el que el “ser humano mejorado” se permitirá mejorar las capacidades físicas y cognitivas. De este modo, será posible erradicar de la condición humana el sufrimiento, la enfermedad, el envejecimiento e incluso, la mortalidad como pretende el magnate Jeff Bezos.
Pero, no se debe olvidar que la vida es constitutivamente vulnerable y frágil. Eso es precisamente lo que nos hace “humanos”. Si se elimina el sufrimiento de las vidas, quizás también se dejará atrás parte del ADN emocional, que conlleva virtudes tan necesarias, como la solidaridad o la empatía. Como decía Jürgen Habermas -un bioconservador convencido-: «tenemos derecho a una herencia genética no manipulada, porque afecta a cuestiones de la identidad de la especie«.
El giro antropológico derivado del Transhumanismo no solo puede afectar la identidad, sino que conlleva problemas de injusticia y desigualdad a nivel global. No todos tendrán accesos a estos avances tecnológicos patentados por grandes empresas biotecnológicas, que establecerán elevados precios por sus productos, como ya está ocurriendo con fármacos esenciales en los países pobres.
En la actualidad, estas patentes “de la mejora humana”, propias de la Cuarta Revolución Industrial, ya están creando auténticos cíborgs, seres humanos mitad máquina, mitad hombre. Son los denominados “biohackers”, que experimentan con su cuerpo implantándose todo tipo de chips y prótesis corporales, inaugurando el advenimiento de un nuevo ser humano.
Pero la pregunta que se debe plantear ahora sigue siendo muy “humana”: ¿Quién podrá “mejorar” su lotería genética? La respuesta sigue siendo sencilla: los que puedan pagarlo. De nuevo, la Bioprecariedad, es decir, la falta de acceso aparece en escena como un efecto colateral de esta sociedad “poshumana”, que promete una felicidad, que dependerá de los recursos económicos. Como dice el filósofo Antonio Diéguez, con el Transhumanismo, las clases sociales se convertirán en clases biológicas y la exclusión no solo será económica, sino genética.
La consecuencia será que las clases sociales “biomejoradas” partirán con una ventaja genética difícil de contrarrestar por las clases sociales “no mejoradas”. El advenimiento del “homo digitalis” agudizará la brecha económica que divide al mundo en ricos y pobres y abrirá las puertas, como anunciaba Habermas, a una suerte de “eugenesia liberal” que confíe a la libertad individual (y económica) la modificación de las marcas características.
El prefijo “trans” no solo acompaña al “Transhumanismo”, sino también a la condición (trans)sexual.
El caso de la nadadora estadounidense Lia Thomas, recientemente publicado en este blog ya plantea la injusticia “genética” que supone la participación de una mujer transgénero en competiciones femeninas. La condición física de Lia Thomas es la de una mujer “mejorada”. Su fortaleza y musculatura masculinas inherentes no han desaparecido después de un año de hormonación en su proceso de transición. Esto se explica por el denominado “dimorfismo sexual” que implica que hombres y mujeres son distintos biológicamente en el desarrollo por efecto de los niveles de testosterona. De ahí, que los hombres tengan mayor altura, densidad muscular y ósea, menos grasa y hombros y tórax más anchos.
Según Aristóteles, la justicia consistía en “darle a cada uno lo que le corresponde”. En el caso que se menciona en aquí:
- ¿Es justo que Lia Thomas participe en competiciones femeninas con una genética y una biología constitutivamente mejores que las de las mujeres?
- ¿Sería justo que, en un futuro, atletas biomejorados y no mejorados compitieran juntos al mismo nivel?
La deportista transexual Lia Thomas inicia un debate ético que se debe afrontar no solo en el deporte, sino en todos los aspectos de la sociedad.
En el caso del deporte, se trata de una injusticia, porque Thomas parte de una ventaja genética permitida legalmente. Para poder evitar este tipo de injusticias, el feminismo tiene propuestas concretas como la creación de una categoría de “sexo transexual” que identificará a este grupo de personas con una identidad de género distinta, pero con un sexo biológico definido que les aporta una ventaja física innata en cualquier competición.
En el caso de la investigación científica, la injusticia se cometería contra el derecho a la salud. El motivo es que la rentabilidad de las patentes de la “mejora humana” es mucha más atractiva que la de la investigación de enfermedades como el sida, la tuberculosis o la malaria. Sin embargo, la pandemia del covid-19 nos ha demostrado que el ser humano sigue siendo vulnerable y que un virus puede poner en peligro la humanidad. La ciencia todavía tiene el deber de “curar” al ser humano, antes de “mejorarlo”.
El Transhumanismo y la condición transgénero plantean cuestiones bioéticas de primer orden relacionadas con la justicia, entendida como equidad, como acceso a las mismas oportunidades y como distribución “justa” de los recursos.
Los avances científicos defendidos por los Transhumanistas y que tienen como punta de lanza las patentes de la mejora humana pueden costar muy caros si no se dispone de un marco ético que los limite. En ausencia de ataduras morales, la injusticia tecnológica, la desigualdad económica, la discriminación genética y la Bioprecariedad presidirán esta era poshumana, que promete un mundo “mejorado”, pero no por eso “mejor”.
Otros artículos:
Sonia Jimeno
- Doctora en Bioética y Éticas aplicadas.
- Licenciada en Traducción e Interpretación, Universitat Pompeu Fabra (UPF) (1999); licenciada en Filosofía, Universitat de Barcelona (UB) (2006); Máster Oficial en “Ciudadanía y Derechos Humanos: Ética y Política”, Universitat de Barcelona (UB); Tesina en La lucha por las patentes: aspectos legales, materiales y políticos de la propiedad industrial en la industria farmacéutica. Beca de investigación concedida por la Fundació Víctor Grífols i Lucas sobre bioética por el proyecto de investigación titulado «Las patentes biotecnológicas: en los límites de la legalidad» en nombre de la Universidad de Barcelona. Doctora en Bioética y Éticas aplicadas (Programa de doctorado Ciudadanía y Derechos Humanos). Título de la tesis doctoral: Poder de las patentes y bioprecariedad: cuestiones de legalidad y de legitimidad (https://www.tdx.cat/handle/10803/662732).
- E-mail: sjr@curellsunol.es
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