miércoles, 4 de diciembre de 2024

¿Quieres difundir la felicidad? Tal vez podrías intentarlo más

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Las mujeres han alcanzado la igualdad de número en la fuerza de trabajo en los últimos 50 años, pero las investigaciones muestran que, colectivamente, están lejos de estar satisfechas. ¿Qué falta en nuestra cultura laboral?

La respuesta, sugiere la académica peruana María Pia Chirinos en una ponencia presentada en una reciente conferencia de la Fundación Home Renaissance, con sede en Londres, son las relaciones basadas en el cuidado de la persona. Y esta condición esencial para la felicidad puede faltar incluso en nuestros hogares.

En la siguiente entrevista por correo electrónico, la Dra. Chirinos, que es directora de Relaciones Institucionales y profesora del Departamento de Humanidades de la Universidad de Piura (Perú), analiza el trasfondo de este problema y dónde está la solución

MercatorNet: El deseo de ser feliz es un motivo primordial en todo lo que hace el ser humano, por lo que a estas alturas deberíamos saber mucho sobre cómo lograr esta sensación de bienestar. Sin embargo, hay investigaciones que apuntan a un descenso de la felicidad entre ciertos grupos -mujeres, jóvenes- en los últimos 50 años. ¿Qué ha fallado?

Maria Pia Chirinos: La felicidad es siempre un objetivo. La buscamos, pero en cuanto creemos haberla encontrado nos damos cuenta de que algo ha fallado. No somos animales con instintos que nos dicen qué hacer. Somos seres libres, y estamos abiertos a diferentes respuestas y acciones, al éxito y al fracaso.

¿Es eso un problema? En cierto modo, lo es. Al mismo tiempo, saber que nuestra felicidad no es perfecta es una buena noticia.

Cada época ha tenido su propia idea de felicidad y el siglo XX no fue una excepción, pero fue una época en la que el concepto sufrió varios cambios de significado. Al principio, la felicidad era sinónimo de progreso: la ciencia eliminaría gradualmente todos los problemas. Pero dos guerras mundiales contradijeron esa idea.

En la década de 1960, la felicidad, junto con la «paz» y el «amor», se asoció con la libertad sexual, o más bien, el sexo sin compromiso. Para las mujeres, la felicidad significaba liberarse de la familia y el hogar. En 1970, Suecia promovió una idea de felicidad basada en una vida individualista, independiente y autónoma: la libertad de manera absoluta.

¿Por qué tantos significados? En el fondo de este número encontramos una sola afirmación sobre nuestra condición humana: somos nosotros quienes podemos decir lo que nos hace felicesSomos seres racionales que no dependemos de otros. Y esto excluye incluso a Dios.

La variedad de significados sobre la felicidad es consecuencia de ideologías. Cada ideología se centra en una o dos “notas” de la sinfonía de la experiencia humana: progreso y ciencia, libertad y sexo, trabajo e igualdad, independencia y autonomía… Y cada ideología promete felicidad si, y solo si, nuestra vida se desarrolla en torno a los valores elegidos.

Pero la felicidad es algo más profundo y proviene de una noción más amplia del ser humano. ¿Qué ha fallado? Nos hemos topado con la verdad sobre nosotros mismos.

En el trasfondo de estas ideas cambiantes sobre la felicidad se encuentra la realidad del trabajo diario. ¿Cómo ha contribuido la cultura del trabajo a la infelicidad de las mujeres?

El trabajo a principios del siglo XX se entendía como una realidad masculina. Era algo que hacían los hombres fuera de casa y lo que las mujeres hacían en casa no se consideraba trabajo. El trabajo de los hombres era un signo de poder: poder económico, poder sobre la naturaleza y también sobre otros seres humanos. Esta es una forma negativa de entender el trabajo, que las feministas en general no entendieron. La lucha del feminismo por la igualdad centrada en el poder económico y el acceso a la fuerza laboral hizo que las mujeres fueran más materialistas y no particularmente felices.

Al parecer, las mujeres todavía están muy centradas en el trabajo, o al menos en trabajos bien remunerados, ya que la “brecha salarial de género” sigue siendo una preocupación política importante. Pero algunas feministas tienen un ángulo diferente sobre lo que podríamos llamar el “problema del trabajo”. ¿Podría hablarnos sobre la ética del cuidado?

Algunas «voces diferentes» surgieron sorprendentemente del coro feminista durante la década de 1980. Descubrieron que algo no funcionaba bien con el trabajo. El trabajo como único empoderamiento o autoafirmación era una quimera.

Frente a la visión de que hombres y mujeres son seres meramente racionales, autónomos e independientes, esta nueva ola promueve una ética del cuidado. El cuidado implica necesariamente una actitud de preocupación en el cuidador y un estado de vulnerabilidad en la persona que está siendo atendida. Donde hay una necesidad, y aquí también nos referimos a las necesidades físicas y cotidianas, hay lugar para una respuesta solidaria y humana, además de técnica. No somos ni superhombres ni supermujeres; somos vulnerables y necesitamos que los demás nos cuiden para poder desarrollarnos como seres humanos.

Por lo tanto, más que eficiencia o éxito, estas voces feministas decidieron hablar de empatía y cuidado, que es relevante tanto para el trabajo remunerado como para el trabajo a domicilio. También hacen una distinción interesante entre «preocuparse» y «cuidar».

La forma en que un cuidador satisface las necesidades de otra persona puede ser tanto emocional como profesional.

  • El cuidado emocional implica un vínculo subjetivo en el agente que relaciona su acción con el receptor del cuidado. 
  • El cuidado profesional va más allá de esta actitud de preocupación e involucra diferentes acciones que favorecen la prosperidad o el bienestar de los cuidados.

El cuidado emocional también se llama “cuidar”. La atención profesional se llama «cuidar». Cuidar puede incluir una actitud emocional, pero conlleva algo más: capacidad para satisfacer necesidades, estándares de excelencia, experiencia, aprendizaje práctico… Cuidar es una práctica que busca el bienestar de los cuidados.

Entonces, quizás el camino hacia la felicidad no sea el dinero y el estatus, sino las relaciones. ¿Qué nos dijo la investigación de Harvard sobre esto?

Es un estudio asombroso. Los científicos preguntaron qué contribuye a una vida saludable. ¿Por qué gastamos tanto dinero en enfermedades? Es mucho más interesante saber cómo mantenerse sano. El resultado fue asombroso. Después de 75 años siguiendo a más de 700 hombres, la respuesta a su pregunta fue que la clave para una vida sana era la misma que para la felicidad: fomentar las buenas relaciones con la familia, los amigos y la comunidad. No solo las relaciones, sino las relaciones buenas, profundas y estables nos mantienen más felices y saludables. Las relaciones sociales son muy buenas para nosotros. La soledad resulta ser tóxica.

Una segunda idea: no se trata de la cantidad de personas con las que te relacionas, sino de la calidad: vivir en medio de buenas relaciones es protector. Las buenas relaciones protegen no solo nuestra salud en el sentido habitual, sino también nuestro cerebro.

Sin embargo, esas relaciones no tienen que ser fluidas todo el tiempo, algunas de ellas no lo son. Y esta es una tercera conclusión del estudio: necesitamos relaciones en las que podamos confiar cuando lo necesitemos. No es una cuestión de sentimientos.

Pero, ¿por qué es tan difícil poner en práctica estas ideas? Porque somos humanos y crear relaciones es complicado, difícil y para toda la vida. Nunca termina.

Otro experto de Harvard en felicidad, Tal-Ben Shahar, agrega algunas ideas a este tema. Una que encuentro muy desafiante es reaccionar siempre con gratitud. Esto no es nada fácil, porque vivimos una burbuja muy individualista y no reconocemos las muchas cosas buenas que suceden a nuestro alrededor. Pero solo tratar de estar siempre agradecidos podría ser la forma de salir de nuestras burbujas, y esta actitud también nos ayuda a fomentar relaciones profundas.

¿Cómo aprendemos a cuidar? Más importante aún, ¿dónde aprendemos a cuidar?

Comencemos con la segunda pregunta. ¿Dónde aprendemos a cuidar?

El tema del cuidado nos permite mirar la condición humana de otra manera. Revela nuestra fragilidad, nuestra dependencia, nuestras necesidades que son corporales y no solo espirituales o culturales. Y estas notas nos acompañan siempre: no solo cuando somos niños o ancianos, sino en nuestra vida diaria. Por tanto, el hogar surge como la primera red social de todo ser humano y su primera fuente de humanización, siempre que se promuevan las actividades de cuidado que lo fortalecen.

La lucha del feminismo por la igualdad en el lugar de trabajo no nos ha hecho un gran favor. En lugar de permitir que los hombres participen más en la vida familiar, se ha despojado de su valor al contexto en el que esto hubiera sido posible: el hogar y el trabajo que lo acompaña.

No estoy hablando de que las mujeres se quedan siempre en casa; por supuesto, debemos tener oportunidades y recompensas justas en la fuerza laboral remunerada. Hablo de descubrir el valor de las actividades de cuidado que son imprescindibles para todos los miembros de una familia. Nos preocupamos por y para los demás cuando limpiamos, cocinamos y planchamos. Fomentamos las relaciones cuando los demás pueden confiar en esas tareas y cuando las aprecian y viven un sincero agradecimiento. Creo que esta pandemia ha ayudado a descubrir el valor de todas estas actividades y lo decisivas que son para la paz de una familia.

En casa también podemos vivir algunos rituales que dan a nuestra vida un sentido profundo: comer juntos, cocinar comidas para ocasiones ordinarias y no ordinarias, decorar el comedor de una manera especial, etc. Son rituales en torno a una necesidad muy corporal -la alimentación- que nos hacen más humanos no sólo porque los animales no se comportan así, sino sobre todo porque nos negamos a ser considerados máquinas.

¿Cómo aprendemos a cuidar?

Aprendiéndolo de quienes lo dan. Ese es el mayor desafío: necesitamos ejemplos, buenos ejemplos. Y esto es particularmente cierto para aquellas mujeres que han optado por trabajar fuera de casa en países ricos. La atención que reciben los niños y los ancianos en los países del Primer Mundo se da a expensas de las mujeres inmigrantes que dejan de cuidar a sus propios hijos en sus países de origen. Los países ricos conocen el valor del cuidado y su solución al problema pone de manifiesto algo que rara vez se plantea en los debates sobre la inmigración.

La gente de los países ricos se están olvidando de la práctica de la cooperación, porque no fomentan las relaciones. Y la cooperación es la base del hogar y la familia. La cooperación es necesaria cuando surgen dificultades, cuando las diferencias se separan. Pero no tenemos habilidades para la empatía y preferimos controlar en vez de cooperar.

La vida familiar es de vital importancia, sin embargo, muchas familias de hoy están rotas o nunca se han formado adecuadamente. ¿Podemos impartir cursos sobre empatía y cuidado, o realmente tenemos que esforzarnos más para fomentar el matrimonio y la vida familiar?

¿Qué significa “esforzarse más para fomentar el matrimonio y la vida familiar”? Creo que significa difundir la idea de que la fidelidad es posible. Dar buenos ejemplos o testimonios. Esos son los mejores «cursos».

Pero tenemos que ofrecer una imagen realista de fidelidad. Tal vez estemos dando una imagen demasiado irreal de lo que significa una familia feliz. No es una cuestión de buenos o suaves sentimientos. La práctica de formar y mantener una familia es una tarea difícil que requiere mucho esfuerzo emocional y trabajo duro. En la vida familiar hay algunas lecciones importantes que tenemos que aprender: cómo fallar, cómo volver a levantarnos, cómo perdonar y también olvidar.

Las familias rotas o las familias que nunca se forman adecuadamente no pueden ser rechazadas. También tienen la responsabilidad de humanizar a sus miembros y pueden llegar a un conocimiento profundo de la familia incluso si sus familias son diferentes.

Con respecto a este tema veo una actitud peligrosa. No me gusta hablar en términos de «nosotros» y «ellos». Crear un hogar o mantenerlo es algo accesible para todos los seres humanos. El problema es que hay un déficit de buenos modelos y que el cuidado se ha convertido en un bien muy escaso. Para compartir valores como la fidelidad, la resiliencia y la generosidad el primer paso es incluir a las diferentes familias en nuestras relaciones, porque también podría ser cierto que podemos aprender de ellas.

Pero si aceptamos el reto de que la felicidad tiene mucho que ver con las relaciones, con relaciones estables y profundas, entonces tenemos que admitir que un medio relevante es fomentar el matrimonio de forma responsable. Es decir, conocer el compromiso que conlleva y tener la imagen adecuada de la vida familiar. Y para lograrlo no solo hace falta teoría sobre el matrimonio, sino buenos ejemplos.

*El trabajo de la profesora Chirinos, “Cuidado, florecimiento, felicidad: el desafío en el hogar en la vida cotidiana”, se presentó en la 5ª Conferencia internacional e interdisciplinaria de la Fundación Home Renaissance (Londres): ¿Hogares felices, sociedad feliz?  El aporte de la vida doméstica en una época de cambios sociales. En la página de inicio de la conferencia se pueden ver breves presentaciones en video de su artículo y otros.

 

Publicada en Mercatornet por Maria Pia Chirinos  | 07 de diciembre  de 2020 |Want to spread happiness? Perhaps you could care more

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