sábado, 2 de noviembre de 2024

Perplejidad ante la persona (y II)

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Escribí­amos la semana pasada algunas de las razones que pueden explicar la perplejidad que produce la existencia de personas que valoren el embrión humano como persona, mientras que otras, en la práctica, no le dan ningún valor. ¿Cómo sobre algo tan importante, desde el punto de vista ético y social, puede haber posiciones contradictorias?
A las razones que dábamos acerca de la admisión social del aborto, queremos añadir que nos encontramos en una cultura que confunde el respeto y la tolerancia a las personas, con la afirmación del relativismo de la verdad y de la norma ética. Este posicionamiento, que puede parecer positivo, sin embargo contiene un fuerte carga destructiva. Si cualquier acto puede valer éticamente lo mismo que su contrario, entonces la única razón para obrar el bien es que se experimente como apetecible. Lo bueno es lo deseado.
¿Para qué pensar, si podemos llegar a conclusiones contrarias a lo que deseamos? ¿Por qué dejar que nuestra libertad se vea coaccionada por la razón? Ahora bien, esta perdida de conexión vital con la verdad razonable, hace que la persona, creyendo que se libera de algo que puede contradecir sus deseos, en realidad se convierta en alguien fácilmente manipulable. Los sentimientos son fácilmente manipulables, mucho más que las argumentaciones.
Esta situación explicarí­a por qué al tratar el tema del aborto, es tan difí­cil llegar a argumentaciones completas. La presencia de una manipulación de los sentimientos en este caso se puede observar en la misma forma de hacer las propuestas pro aborto. Nunca aparece, junto a los derechos de la mujer embarazada, la presencia del feto o las posibilidades de asistencia social que habrí­a que disponer para ayudar a esos problemas. No hablo de hechos lejanos, podemos observar estos meses como se están argumentando las propuestas legislativas para introducir el aborto en varios paí­ses del centro y del sur de América.
Junto a las razones para resistirse a reconocer el valor de ser humano, al que biológicamente ya lo es, que están ligadas a la admisión del aborto, encontramos otras que proceden de la admisión de la fecundación in vitro.
Resulta sorprendente que se pueda estar discutiendo sobre los 14 dí­as del embrión, o si hay que reconocerle los derechos desde que anida, o desde que aparece un esbozo de sistema nervioso. Aceptada socialmente la posibilidad de acabar con la vida de un feto, quién podrí­a dudar de que el embrión humano se puede utilizar para cualquier interés que tengamos los seres humanos adultos.
El problema se ha producido porque a la sociedad se le habí­a conducido en primer lugar a aceptar el aborto. Sólo posteriormente ha aparecido la posibilidad de hacer fecundación artificial y con ella los embriones sobrantes. La abundancia de embriones humanos ha despertado el interés por utilizarlos para investigar, mucho mejor que simplemente destruirlos, se ha dicho. Con estos intereses se ha puesto en marcha la discusión acerca de si se debe respetar al embrión desde la concepción o no. Discusión superflua si se tiene en cuenta que ya se estaba empezando a admitir el aborto. Pero que tiene su explicación, porque hasta ese momento nadie no se habí­a puesto en duda que el embrión humano fuese humano.
Así­ las cosas, se entiende que frecuentemente cuando se defiende alguna postura respecto al embrión o respecto al feto, no se argumente teniendo en cuenta todos los aspectos que tiene esta cuestión, sino aquellos que pueden despertar mejores sentimientos respecto al interés que se defiende.
La falta de amor a la verdad, la dificultad para usar la razón en nuestro obrar y no meramente los sentimientos, el deseo de no señalarse creando problemas éticos a lo que supuestamente piensan los demás -y que muchas veces sólo son campañas de lobbys-, explica que produzca perplejidad la situación en la que nos encontramos en cuanto al tratamiento de la vida humana desde su comienzo.
Los italianos han sabido salir de esta perplejidad, no tocando la ley del aborto, más antigua, y legislando la fecundación in Vitro, en cambio, con una fuerte protección al embrión. Eso sí­, se advierte que lo que se legisla en esta última ley no debe afectar para nada a la anterior del aborto. Al menos, ellos admiten que existe una contradicción entre ambas, que siempre es una buena forma de salir de la perplejidad. Reconocer que algo está mal, es el primer paso para salir de una situación que aparece como absurda.

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Comments 5

  1. Gloria says:

    Me parece muy profundo, lo que puede suponer dificultad para que se entienda.
    Al principio se abusa del vocablo ético que, desgraciadamente, tiene un significado ambivalente.
    Pero ¡enhorabuena!

  2. Carlos says:

    Es curioso pero en este tema no he visto nunca aludido el principio penal clasico de la «preterintencionalidad» donde se afirmaba: «el que es causa de la causa es causa del mal causado».
    Creo que aquí­ serí­a de aplicación.

  3. maria cantador says:

    Se entiende lo que se quiere entender, y poreso pasa lo que pasa. Cualquier persona puede disponer si tiene dinero de los embriones que quiera y la moral les importa un bledo, no les interesa saber que pasa con la vida que destrozan, se creen dioses, y la pena de todo esto es que lo hacen las personas que se llaman cristianas y prácticantes.¡en horabuena por sus articulos!

  4. Alberto Rodrí­guez Almeida says:

    Estoy de acuerdo con Gloria en que requiere esfuerzo seguir el artí­culo, pero entiendo que en este tema hay que hilar fino. Durante mucho tiempo se ha simplificado el análisis ético del aborto demagógicamente. Se han presentado casos excepcionales, que excitan la sensibilidad de la opinión pública por su gravedad, para justificar leyes que regulan la generalidad. Así­, una inmensa mayorí­a de los casos legitimados por esa norma, no se identifican con las supuestas situaciones excepcionales que movieron fuertemente la sensibilidad de quienes las aceptaron.
    Confí­o en que la contradicción en el trato al embrión que se da en la FIVET y en el aborto, anime el debate en términos más racionales y, por lo tanto, más acordes a la realidad de la cuestión disputada.

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