Los Juegos Olímpicos de París 2024 se han convertido no solo en una cita deportiva sin parangón por el nivel deportivo, sino en un foro de debate sobre la identidad de género.
Ciertamente, no es la primera vez que esta cuestión irrumpe de manera sorpresiva en las competiciones deportivas. El caso más famoso es el de la nadadora transgénero estadounidense Lia Thomas, ampliamente debatido en este blog y que causó estupor e indignación en el contexto de las competiciones femeninas de Estados Unidos en el año 2021.
Thomas era un deportista mediocre de la Universidad de Pensilvania antes de iniciar la transición de género a los 21 años, ya que en las competiciones masculinas estaba clasificado en el puesto 42. Tras su cambio de género, ganó varias competiciones en Estados Unidos y batió todos los récords de las mejores nadadoras en la Universidad de Pensilvania, lo que generó una más que justificada controversia en Estados Unidos. La ventaja fisiológica de las deportistas transgénero resulta evidente en general, y todavía más en el caso de Thomas que inició su transición muy tarde, cuando su estructura física y su musculatura estaban totalmente desarrolladas. Esto supone una clara ventaja respecto a sus contendientes y una injusticia flagrante para el deporte femenino en general.
Afortunadamente, el Tribunal Arbitral del Deporte (TAS) desestimó la apelación presentada por Thomas por sentirse excluida de competiciones femeninas y no ha podido competir en las Olimpiadas de París. Este recurso llegó después de que la World Aquatics estadounidense estableciera unas más que justificadas restricciones para las atletas transgénero en competiciones femeninas de élite y por lo tanto, en las pruebas de selección del equipo norteamericano para las olimpiadas.
En el año 2021, se decidió dejar en manos de cada federación internacional la decisión sobre la participación de las deportistas trans en los Juegos Olímpicos, para que la polémica no se trasladara al escenario olímpico. Las federaciones han optado en su mayoría por vetar la participación en pruebas femeninas de las deportistas trans que hicieran la transición tras la pubertad, para evitar la ventaja comparativa de tener una envergadura, talla y tamaño diferentes al de las mujeres.
Sin embargo, este escenario olímpico exento, a priori, de polémica ha sido tan solo un desiderátum. No en vano, la irrupción de deportistas transgénero que han participado sin restricción alguna en las Olimpiadas de París ha generado un intenso malestar no solo en el feminismo, sino en el corazón de todas las mujeres.
El caso más sonado ha sido la participación de la boxeadora transgénero Imane Khelif, compitiendo por Argelia, que supuso la retirada de la boxeadora italiana Angela Carini.
La deportista italiana tan solo se mantuvo 43 segundos en el ring y se retiró entre lágrimas ante la fuerza exhibida por Khelif, sentenciando la situación con la frase “No es justo”. Ante esta tesitura, ya hay otras boxeadores que han expresado su intención de no subir al cuadrilátero si no pueden competir en igualdad de condiciones.
El vídeo de la súbita retirada de la boxeadora italiana, así como su tristeza y frustración se ha hecho virales en todo el mundo y las reacciones no se han hecho esperar. Entre ellas, destaca la de la escritora JK Rowling que afirmó en la red social X que “Khelif es un hombre golpeando a una mujer”.
No obstante, cabe puntualizar que el caso de Khelif es especial, dado que nació mujer, es decir, con genitales femeninos, pero sus niveles de testosterona son más altos de lo normal y tiene cromosomas XY, propios del sexo masculino. Este hecho ocasionó que fuera descalificada en el Mundial de 2023, junto a la taiwanesa Lin Yu- Ting. Pero, ahora Khelif está compitiendo sin restricción alguna en los Juegos Olímpicos de París disputándose la medalla de oro a la deportista china Liy Yang.
La polémica, sin duda, está totalmente justificada debido a la importancia de una competición de máximo nivel como son unos juegos olímpicos. Una cita que se produce cada cuatro años y que resulta de especial relevancia para todos los deportistas de élite que desean obtener una medalla de oro como colofón a su carrera deportiva. Sirva el ejemplo del tenista Novak Djokovic, que tras una larga carrera plagada de éxitos en todas las canchas y torneos del mundo, necesitaba imperiosamente culminar su carrera con el preciado metal olímpico. De ahí sus lágrimas y su emoción al alcanzar la medalla de oro ante el español Carlos Alcaraz, dedicada a su familia, a su país y a su fe. La otra cara de la moneda la representan las lágrimas de impotencia y desesperación de Angela Carini, tras ver roto su sueño olímpico por una competición desigual e injusta.
El debate (bio)ético que plantean este tipo de casos se centra en el principio de justicia, o mejor dicho, en la injusticia que supone para las mujeres que deportistas trans con una ventaja física evidente compitan contra ellas. El deporte encarna una serie de valores como el esfuerzo, la competición limpia y el deseo de mejorar que no se corresponden con la injusticia deportiva que se está produciendo en los últimos tiempos.
Las pruebas físicas que demuestran los elevados niveles de testosterona de estas deportistas transgénero constituyen una prueba fehaciente de que la ventaja competitiva es un hecho y de que la participación de estas deportistas es un agravio comparativo para las mujeres.
La intersexualidad, la identidad de género, los procesos de transición y en definitiva, este nuevo escenario que abre la irrupción de deportistas trans en competiciones femeninas abre un debate muy necesario que debe realizarse no solo desde planteamientos físicos (niveles de testosterona/momento de la transición), sino
eminentemente éticos.
El debate de género que plantean las Olimpiadas de París debe afrontarse con valores éticos que permitan conciliar los intereses de todas las partes en liza, es decir, deportistas trans, deportistas femeninas y organismos deportivos.
Si según Aristóteles, la justicia consistía en “dar a cada cual lo que le corresponde”, es evidente que en el deporte esta máxima sería una buen punto de partida para evitar situaciones desesperadas y profundamente injustas como las acaecidas en París. De lo contrario, se seguirá asistiendo a competiciones desiguales y contrarias a la esencia del deporte, en las que la justicia, la equidad y el “fair play” no son los valores imperantes.