sábado, 2 de noviembre de 2024

Los efectos secundarios del COVID-19

114
VIEWS

La rápida expansión de la variante Ómicron a finales del 2021 mostró la gran agilidad del COVID-19 y la extrema vulnerabilidad del ser humano ante un virus que puso en suspenso la supervivencia de la humanidad.

En el mes de julio de 2023, han aparecido nuevas variantes del virus, la BA.2.86 y la EG.5, recordando el escenario creado por Ómicron al expandirse rápidamente a más de 11 países, incluidos Estados Unidos.

Según varios estudios científicos, el sistema inmunológico humano percibe estas nuevas variantes como muy diferentes a las versiones anteriores del COVID-19, pese a que sus consecuencias sanitarias no parecen ser tan graves. No obstante, es necesario seguir alerta con su evolución.

En cualquier caso, la realidad es que el COVID-19 sigue entre las personas con los consiguientes riesgos para la población más vulnerable, en especial, los ancianos y los pacientes de riesgo. La industria farmacéutica lo sabe y ya se prepara para nuevas tandas de vacunación con los consiguientes beneficios económicos. Cabe recordar que la ingente venta de dosis de vacunas contra el COVID-19 en todo el mundo supuso un negocio muy rentable para compañías farmacéuticas como la vacuna del tipo ARNm de la estadounidense Pfizer.

Precisamente, en este escenario, se enmarca la noticia de que Pfizer ha absorbido la compañía Arena Pharmaceuticals. El motivo es que ahora el “negocio sanitario” está en la comercialización de tratamientos cardiovasculares, que son los productos en los que está especializada esta empresa farmacéutica. Además, cabe recordar que los principales efectos secundarios de las vacunas han sido problemas cardiovasculares
(trombosis, pericarditis, miocarditis, arritmia, entre otros), tal y como ha reconocido el National Institute of Health de Estados Unidos.

Así pues, resulta que una de las compañías implicadas en el problema sanitario generado por la vacuna contra el COVID-19, también quiere beneficiarse de su solución mediante la comercialización de medicamentos como el Etrasimod destinado a problemas inflamatorios; y el Temanogrel destinado a tratar la obstrucción microvascular, ambos propiedad de Arena Pharmaceuticals.

Todo esto coincide con un llamativo descenso del 50% en las ventas de los fármacos de Pfizer contra el COVID-19, lo cual no solo ha afectado a sus ingresos totales, sino al beneficio neto de la compañía que pasa de los 9.900 millones de dólares a los 2300 millones. Las causas son diversas, pero destaca el hecho que medicamentos como el Paxlovid, utilizado en el tratamiento del COVID, no han alcanzado la demanda esperada y las campañas de vacunación contra el virus coronavírico también se han ralentizado, a la espera quizás, de vacunas para estas nuevas variantes detectadas este verano.

Con este análisis sucinto, se pone de nuevo de manifiesto que los objetivos de la industria farmacéutica no son sanitarios, sino principalmente económicos. Pfizer es un buen ejemplo de ello, dado que tras la expiración en el año 2013 de la patente de su gran producto estrella, el Sildenafil, conocido con el nombre comercial de Viagra, consiguió rentabilizar rápidamente la inversión en otros productos, tales como vacunas y tratamientos contra el COVID-19 en el 2020 y 2021.

Ahora que la situación de la pandemia se ha estabilizado, la industria farmacéutica vuelve a aportar pruebas de sus intereses espurios al materializarse la absorción de Arena Pharmaceuticals por parte de Pfizer.

Desde la bioética, es necesario denunciar este tipo de comportamientos éticamente reprobables y sanitariamente dudosos. La industria farmacéutica debe ser un negocio guiado por parámetros sanitarios y éticos, dado que de su desempeño depende la salud global.

De lo contrario, seguiremos inmersos en un escenario de control biopolítico marcado por problemas, tales como la bioprecariedad entendida como la violencia estructural contra la vida por la imposibilidad de acceder a productos esenciales para la misma (tratamientos, dispositivos médicos, kits de diagnóstico, medicamentos, combustibles, semillas o alimentos) por los elevados precios de los productos patentados.

La pandemia del COVID-19 demostró que la bioprecariedad era la principal enfermedad causada por la industria farmacéutica por los elevados precios de las vacunas y los problemas de distribución asociados que impidieron que la población africana se vacunara a tiempo para evitar nuevas variantes del virus. No en vano, la variante Ómicron apareció por primera vez en Sudáfrica.

Noticias como la adquisición de Arena Pharmaceuticals por parte de Pfizer son un claro ejemplo de que es necesario realizar auditorías éticas de todos y cada uno de los fármacos que se patentan y se comercializan a precios, a menudo, demasiado elevados a nivel económico, sanitario y ético. Solo un férreo control ético del poder de la industria farmacéutica y de sus productos patentados puede evitar que el derecho a la salud se vea constantemente vulnerado por el derecho a la propiedad (intelectual).

 

Publicada por Sonia Jimeno | 05 de septiembre de 2023 | Los efectos secundarios del COVID-19

Print Friendly, PDF & Email

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Curso on-line de Iniciación a la Bioética

Podrás hacerlo a tu ritmo

Mi Manual de Bioética

Uso de cookies

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.

ACEPTAR
Aviso de cookies