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La verdadera urgencia de la humanidad: el hombre mismo

Foto de Thomas Millot en Unsplash

La Cumbre del Clima COP25 había comenzado bajo el lema «Tiempo para la acción». Tras dos semanas de negociaciones, se constata el fracaso en llegar a acuerdos para la regulación de los mercados de emisiones de carbono. Se vuelve a repetir lo que ocurrió en Katowice (Polonia) en 2018, y se augura que tenga éxito la reunión de Glosgow (Reino Unido) en 2020.

Sin embargo, puede considerarse un éxito la difusión del pensamiento de que es urgente salvar al planeta porque el hombre lo está destruyendo con la crisis climática que produce. No voy a defender las tesis negacionistas. Pero sí me opongo a las tesis derrotistas.

Entiendo por tesis derrotistas aquellas que solo contemplan la acción del los seres humanos como destructora de la naturaleza, y se olvidan de la capacidad que tenemos de resolver los problemas que nosotros causamos o los que causa el azar o la misma naturaleza, que son mucho más grandes. Con los dinosaurios no acabó el ser humano, sino un meteorito.

Estas tesis derrotistas negacionistas proponen disminuir el número de seres humanos, e incluso verían con buenos ojos su desaparición de la faz de la tierra.

Por el contrario, me parece necesario recordar que el hombre es bueno por naturaleza. Puede obrar mal, pero lo que más le satisface es obrar el bien. Sus capacidades están completamente por encima de las demás criaturas que existen en la naturaleza, y por ello es capaz de cuidar de todas ellas. El hombre puede descubrir toda la belleza y bondad que existe a su alrededor, y tiene posibilidades de difundirla y acrecentarla. El hombre puede cuidar del clima, del ambiente, y llevar a cabo un desarrollo sostenible.

Pero el hombre nunca cuidará de las otras especies o de la naturaleza si primera no cuida de sí mismo: si no se siente amado. Esta sociedad no promueve el amor entre los hombres, sino, a lo sumo, un respeto indiferente de los demás. De hecho ni siquiera habla del amor. Un valor tan grande como es la libertad, no lo contempla unido al amor y a la fidelidad a los compromisos con los demás seres humanos, sino dejando aislado al individuo que sólo va a preocuparse de cómo pasarlo bien en su soledad.

Es imposible que una sociedad cuide el deterioro de los mares, o de los bosques, si abandona a su suerte a los hombres más vulnerables como son los niños, los enfermos o los ancianos. Los mares o los bosques son cosas que tenemos. Niños, enfermos o ancianos, es lo que somos.

Una sociedad como la española que admite con indiferencia, e incluso promueve acabar con la vida de 100.000 seres humanos en el seno de sus madres mediante el aborto, difícilmente van a ser capaces de cuidar de la pesca, del aire, o de los montes.

Por eso la verdadera urgencia no es la climática sino la humanística. No puede haber buena ecología si no empieza siendo humana.

“El gran destructor de la paz hoy es el crimen del niño inocente no nacido. Porque si una madre puede asesinar a su propio hijo en su seno, ¿qué puede impedir a ustedes y a mí que nos matemos unos a otros? (…). Hoy, millones de no nacidos son asesinados y no decimos nada.” (Madre Teresa, Premio Nobel de la Paz)

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