miércoles, 30 de abril de 2025

In memoriam: Gene Hackman

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El pasado 26 de febrero un empleado de mantenimiento encontró los cadáveres del actor Gene Hackman, de 95 años, y el de su esposa, Betsy Arakawa, de 65 años en su casa de Santa Fe, junto al de uno de sus perros. Este artículo es un recuerdo personal al gran actor que seguirá siempre vivo para los amantes del cine, pero también una reflexión ética necesaria sobre la situación de un anciano vulnerable en el final de su vida.

La extraña y dramática muerte de ambos ha conmovido no solo al mundo del cine, sino a toda la sociedad en su conjunto. Hackman, ganador de 2 Óscar de la Academia de Hollywood y con una trayectoria brillante en el celuloide contaba en su haber con más de 100 películas, algunas de ellas inolvidables, como la saga de French
Connection junto al actor español Fernando Rey o el Sin Perdón de Clint Eastwood.

Tras una larga carrera cinematográfica, decidió retirarse en el año 2004 y mudarse a su casa de Santa Fe (Nuevo México), junto a su segunda esposa, la pianista Betsy Arakawa. Ella se convirtió en su compañera, su amiga, su esposa y por encima de todo, en su principal y única cuidadora. Este es un concepto capital en esta triste historia, en la que se entremezclan conceptos de bioética como la vulnerabilidad, la fragilidad, la autonomía, el cuidado y virtudes éticas como la empatía y la solidaridad.

Ciertamente, Hackman y su esposa vivían hacía años de manera privada y aislada, con la visita de algunos amigos y vecinos únicamente. Los hijos de Hackman, tres en total, no parecían mantener demasiado contacto con su anciano padre, algo que, desgraciadamente, en Estados Unidos es más habitual de lo que debiera. El concepto de familia de este país hace tiempo que se desvirtúo y pasó a convertirse en una idea lejana, más que en una realidad. El hecho de que en más de dos semanas sus hijos no llamaran al anciano es una prueba irrefutable de esta lamentable realidad.

Por ese motivo, la trágica muerte de Hackman una semana después de la de su mujer resulta especialmente conmovedora. En este escenario, se mezclan sentimientos de todo tipo, pero, ante todo, domina la pena, la tristeza y la impotencia.

Las preguntas son muchas, las respuestas desgraciadamente son pocas y las ha tenido que revelar la forense del caso, la doctora Heather Jarrell, que se vio forzada a dar una rueda de prensa sobre el caso dada la fama del fallecido y las extrañas circunstancias de la muerte.

Su aparición, visiblemente afectada, ante los medios de comunicación da fe de la complicada situación de ambas muertes y de la necesidad de evitar escenarios no solo éticamente cuestionables, sino inaceptables.

Los resultados de la autopsia han sido absolutamente escalofriantes, ya que han confirmado que Gene Hackman padecía un Alzheimer avanzado y que murió en la más absoluta soledad de un infarto de miocardio. Por su parte, su esposa Betsy, falleció una semana antes, el 11 de febrero, de un virus respiratorio, el hantavirus, una afección poco común pero potencialmente mortal, como ha sido el caso.

La realidad es que Gene Hackman carecía de autonomía por sus problemas mentales y físicos, y dependía completamente de su mujer en su día a día. Por ese motivo, la falta de cuidados, de compañía y de consciencia le abocaron a una situación de absoluta vulnerabilidad y fragilidad.

Su ya deteriorada salud y el previo fallecimiento de su mujer desembocaron en una vulnerabilidad sobrevenida, acuciada por otros dos tipos más de vulnerabilidad según las filósofas Mackenzie, Rogers y Dodds: la situacional por el desgraciado contexto que le tocó vivir en su situación personal (sin su cuidadora-esposa) y la inherente por su avanzada edad y una condición física y mental muy deterioradas.

Por otra parte, la carencia de redes personales y en particular, del apoyo familiar de sus hijos, ha sido más que evidente y determinante, dado que no habían tenido contacto con su progenitor en varios meses.

También llama poderosamente la atención la ausencia de cuidadores profesionales que ayudaran a la Sra. Hackman en la difícil atención a un enfermo de Alzheimer. Los psicólogos siempre insisten en que los cuidadores deben “cuidarse” y lo repiten como un mantra esencial que debe atenderse.

Es cierto que en muchas ocasiones el cuidador-familiar se abandona y dedica toda su vida al cuidado del enfermo, olvidando su propia vulnerabilidad inherente, así como la posibilidad de sufrir accidentes, enfermedades o incluso de morir antes que su familiar. El caso de Betsy así lo demuestra. Pese a la diferencia de edad con su esposo, tenía 30 años menos, un fatídico síndrome pulmonar le ha segado la vida antes que a su nonagenario marido.

La imagen del anciano solo, desorientado y posiblemente no consciente de la muerte de su esposa supera a cualquier escena de ficción de la larga carrera de Hackman, tal como manifestó la forense del caso. Sin duda, una persona totalmente carente de autonomía, es decir, sin capacidad de decisión y sin apenas contacto con la realidad debería haber tenido una red de contactos más amplia, sino familiar, como mínimo profesional.

Por otra parte, el aislamiento de su mujer y cuidadora tampoco ayudó a que la vulnerabilidad inherente de Hackman pudiera amortiguarse. Seguramente, Betsy nunca imaginó un escenario tan desgarrador para ella y su pareja de vida, pero la realidad es a veces ciertamente cruel. En este caso, es posible suponer que Hackman
también sufriera una suerte de vulnerabilidad patológica que según Mackenzie, Rogers y Dodds puede tener su origen en las relaciones interpersonales, pero también en las estructuras institucionales.

En concreto, se refiere a todas la situaciones relacionadas con el dominio social, la opresión, la violencia política e incluso el abuso de poder en personas dependientes. En ocasiones, algunas intervenciones destinadas a paliar y a mejorar una situación de vulnerabilidad la pueden aumentar. En el caso de Betsy Arakawa, su celo en el cuidado de su esposo y su negativa a usar la tecnología para comunicarse (móviles, etc) pueden haber sido factores determinantes para este cruel desenlace.

Los problemas éticos en las situaciones del final de la vida son múltiples y de diversa naturaleza. En este caso, la soledad de un anciano enfermo y vulnerable conectaría directamente con el concepto de bioprecariedad asistencial entendida como la falta de acceso a cuidados, en especial para los más vulnerables y frágiles (ancianos, personas con discapacidad, enfermos crónicos, situaciones de final de vida).

Con una fortuna valorada en más de 80 millones de dólares, no parece que Hackman y su esposa tuvieran problemas económicos para contratar la ayuda de cuidadores profesionales. Sin duda, se trataba más bien de una forma de vida anónima y solitaria, totalmente respetable, pero muy peligrosa en caso de ancianos tan vulnerables y con enfermedades neurológicas tan graves.

Como afirma Diego Gracia, el manejo de las situaciones de enfermedades crónicas plantea problemas éticos, tales como, el diagnóstico de terminalidad, la planificación, las instrucciones previas, el control de síntomas, el apoyo emocional o incluso, el enclaustramiento. La situación de final de vida del inolvidable actor estadounidense reúne muchos de ellos, pero, sobre todo, la soledad y la desorientación de un anciano gravemente enfermo son los problemas éticamente más llamativos e inaceptables.

La vida biográfica de Hackman está repleta de éxitos, de magníficas interpretaciones y de películas míticas. Sin embargo, la vida biológica del actor se ha apagado de la manera más desgarradora e inexplicable. Toda vida humana es valiosa, igualmente digna de ser vivida y, ante todo, merece una muerte igualmente digna.

Diego Gracia dice que hay obligaciones de beneficencia con las personas en situaciones de final de vida por parte de amigos, familia y allegados, que hay obligaciones de justicia con los ancianos y enfermos terminales, y que no puede discriminarse a los ancianos por razones de edad.

El fallecimiento de Hackman es un corolario del incumplimiento de todas estas obligaciones éticas, asistenciales, familiares, emocionales y personales que han desembocado en el peor desenlace posible.

La ética del cuidado defendida por Joan Tronto trata precisamente de evitar estos finales carentes de valores humanos, porque además del tratamiento y la cura de enfermedades, el paciente necesita el bienestar y los cuidados que se proporcionan desde la empatía, la solidaridad, la preocupación y la responsabilidad por el otro ser humano.

En esta misma línea, Oscar Wilde, quien también murió en la más terrible soledad, decía en su magnífica obra De Profundis que “los pecados de la carne no eran nada, solo dolencias que debían curar los médicos si era posible. En cambio, los pecados del alma eran vergonzosos”.

El fallecimiento en soledad de un anciano de 95 años y de su esposa de 65 años provocan un profundo dolor en el alma, y representan esa vergüenza que ya es propia de una sociedad, en la que el individualismo, el narcisismo y la tecnología han sustituido a valores tan humanos como la empatía y la solidaridad. Desde la bioética, es necesario seguir seguir defendiendo la dignidad humana y el cuidado de la vida y también, como no, de la muerte de cualquier ser humano.

 

Publicada por Sonia Jimeno | 17 de marzo de 2025 | In memoriam: Gene Hackman

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