El imperativo tecnológico de Hans Jonas en su obra El principio de responsabilidad nos instaba a “Obrar de tal manera que los efectos de la acción sean compatibles con la permanencia de una vida humana auténtica en la tierra”.
Los actuales avances de la Cuarta Revolución Industrial con la Inteligencia Artificial (IA) como punta de lanza parecen contravenir este imperativo tan cierto, como necesario.
Un buen ejemplo de ello es el empresario estadounidense Elon Musk, que se ha convertido en uno de los más acérrimos representantes del Transhumanismo. Su empresa Neuralink promete todo tipo de avances que amenazan con convertir al ser humano en un “mero objeto” mejorado.
Recientemente, ha anunciado la producción de un chip cerebral para tratar la obesidad mórbida, el párkinson o el alzhéimer. Musk resumió uno de sus más inminentes “inventos” en un simple tweet: “Estamos trabajando en la creación de un puente entre el cerebro y el cuerpo«.
Es posible recordar que hace poco menos de un mes, el empresario adquirió la red social Twitter para, según él, liberarla de la esclavitud de los algoritmos, de los que él mismo se nutre en sus numerosas empresas tecnológicas.
La realidad es que Musk tiene previsto realizar ensayos en humanos con estos implantes a finales de este mismo año, para disponer lo antes posible de un sistema de interfaz cerebro-ordenador (BCI) que permita la comunicación entre ambos. La transmisión de órdenes entre el cerebro humano y un ordenador supone un paso adelante hacia la imbricación entre hombre y máquina, y un paso atrás en la protección de la identidad, la singularidad y la privacidad del ser humano.
Este tipo de tecnologías disruptivas amenazan con “reconfigurar” el concepto antropológico del ser humano, que ya no se identifica con la visión griega del zoon politikon aristotélico, del animal político parte de la comunidad, o con la visión neoliberal del homo economicus, regido por la razón instrumental, o con la visión más técnica y primitiva del homo faber, capaz de adaptar su entorno con el uso de herramientas.
La biotecnología, la neurociencia, la IA y los Big Data obligan a replantearse el lugar del ser humano en la sociedad y suponen un giro antropológico de consecuencias insospechadas. Los Transhumanistas, imbuidos de un optimismo tecnológico sin precedentes, conciben este tipo de avances como la respuesta a las limitaciones y miserias humanas. Pero, su objetivo no es solo curar al hombre, sino mejorarlo, para convertirlo en una versión “mejorada” de sí mismo.
Por ese motivo, los “delirios” transhumanistas de Elon Musk no se ven saciados con la posible cura de enfermedades neurológicas por estimulación cerebral, sino que van dirigidos a otros objetivos más ambiciosos. El giro antropológico que propone Neuralink está íntimamente relacionado con la Inteligencia Artificial, dado que incluye la creación de un robot humanoide, llamado Optimus, destinado a realizar tareas repetitivas y aburridas, tales como la limpieza del hogar. No obstante, en un futuro, también podría albergar la personalidad de sus usuarios, descargando “las cosas que nos hacen únicos en estas máquinas, preservando nuestros recuerdos”.
En esta misma línea, algunos Transhumanistas ya atisban una nueva versión del “cielo”, por el acrónimo “HEAVEN” (Head Anastomosis Venture), creado por dos científicos que pretenden trasplantar un cerebro vivo en un cuerpo vivo. Según ellos, ya han tenido éxito con animales y se proponen intentarlo en humanos.
Ante este este escenario, no parece aventurado profetizar que el homo sapiens en todas sus versiones ha sido totalmente “reseteado” para convertirse en el homo digitalis. Su poder reside en el uso de la tecnología y en su fusión con las máquinas. Su comunicación se basa en el uso de pantallas, que sustituyen a la mirada humana.
La pregunta es si realmente la mirada ajena puede ser sustituida por un robot humanoide, por mucho que se parezca a una persona, ya que carece de alma. La Cuarta Revolución Industrial está, sin duda, presidida por cuestiones metafísicas y antropológicas de primer orden y se adentra en un terreno inhóspito que amenaza con socavar los cimientos de la civilización tal como se conoce.
La (bio)ética como ética aplicada sobre la vida está llamada a ocupar un lugar preeminente en la configuración de esta nueva sociedad, en la que el papel del ser humano está en entredicho. No en vano, ni Neuralink ni ninguno de los Transhumanistas proponen un marco normativo basado en principios éticos que dirijan las actuaciones de esta sociedad “digital”, en la que el ser humano queda arrinconado por las máquinas.
Pero, realmente ¿deberemos dejar nuestro destino en manos de “vehículos autónomos” que tomen decisiones éticas de calado según algoritmos programados en algún laboratorio industrial? Y lo que es más importante, ¿quién programará esos algoritmos y bajo qué criterios normativos?
En la vorágine de la Cuarta Revolución Industrial las preguntas éticas han quedado relegadas a un segundo plano. Sin embargo, las respuestas que se ofrezcan a las mismas servirán para establecer una “configuración ética” para una humanidad, que más que nunca se encuentra en una encrucijada.
Como diría Hans Jonas, “la técnica es un ejercicio del poder humano, es decir, una forma de actuación, y toda actuación está expuesta a un examen moral”. Es importante que la IA apruebe ese escrutinio moral en todas y cada una de sus actuaciones. Para ello, debe disponer no solo de una programación informática, sino de una programación ética compuesta por virtudes, tales como, la solidaridad, la justicia, la prudencia o el respeto.
En este punto, es necesaria la colaboración entre los principales stakeholders implicados, es decir, entre la industria, los programadores informáticos y los bioeticistas para dotar de “herramientas éticas” a los productos de la IA. La simbiosis de la ciencia y las humanidades puede ser un punto de inflexión que determine el éxito o el fracaso del futuro de la humanidad.
Otros artículos:
Sonia Jimeno
- Doctora en Bioética y Éticas aplicadas.
- Licenciada en Traducción e Interpretación, Universitat Pompeu Fabra (UPF) (1999); licenciada en Filosofía, Universitat de Barcelona (UB) (2006); Máster Oficial en “Ciudadanía y Derechos Humanos: Ética y Política”, Universitat de Barcelona (UB); Tesina en La lucha por las patentes: aspectos legales, materiales y políticos de la propiedad industrial en la industria farmacéutica. Beca de investigación concedida por la Fundació Víctor Grífols i Lucas sobre bioética por el proyecto de investigación titulado «Las patentes biotecnológicas: en los límites de la legalidad» en nombre de la Universidad de Barcelona. Doctora en Bioética y Éticas aplicadas (Programa de doctorado Ciudadanía y Derechos Humanos). Título de la tesis doctoral: Poder de las patentes y bioprecariedad: cuestiones de legalidad y de legitimidad (https://www.tdx.cat/handle/10803/662732).
- E-mail: sjr@curellsunol.es
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Comments 2
Muy buena y muy necesaria reflexión. Cuanta más tecnología más ética necesita la sociedad, parece que buscar el equilibrio es imprescindible.
Muchas gracias Cristina por tu comentario.