El presidente francés Franí§ois Holland, tras asegurar que el matrimonio homosexual va a ser aprobado ya, anuncia también la aprobación del suicidio asistido y la eutanasia para junio de 2013.
Siempre me ha llamado la atención la celeridad con que los gobiernos socialistas ponen en marcha sus propuestas rupturistas de valores esenciales de la sociedad. Especialmente parecen incidir en los que mantienen la estructura familiar, y el cuidado y atención de la vida más débil.
Por contra los gobiernos de derechas se caracterizan por ser muy persistentes en propuestas de tipo economicista, y muy lentos en temas como educación, familia o vida.
Los ejemplos son muy claros. El presidente Zapatero puso enseguida en marcha medidas para cambiar la sociedad desde una perspectiva de género: destrucción de la familia tradicional, matrimonio homosexual, aborto libre, educación controlada según estos parámetros. El presidente Rajoy está firmemente empeñado en superar la crisis económica -lo esté haciendo bien o mal-, pero otras medidas referidas institución de valores las está dejando para largo, si es que piensa ejecutarlas en algún momento.
Quizá alguien podría corregirme diciendo que el problema de España ahora es principalmente económico, y que después ya hablaremos de otras cosas. Pero precisamente la forma en qué está actuando Mr. Holland demuestra que esta razón no es verdadera. Francia también está en una crisis económica, pero su presidente tiene fija la mirada en el cambio de los valores tradicionales.
Como no se puede hablar de buenos ni de malos, porque hay que partir de que las personas actúan de buena fe, ¿cuál puede ser la razón de esta diferencia de modos de obrar? Me atrevo a aventurar algunas.
Los gobiernos de izquierdas creen firmemente en la libertad, y por ende, defienden a capa y espadatodo lo que suponga que las personas puedan ser libres para hacer lo que quieran. De alguna forma se sienten con el destino mesiánico de defender la libertad. Quizá se trata de una libertad que se queda en el poder hacer, y no va más allá. Pero eso no le quita el atractivonietzscheriano del «poder hacer», de «la voluntad de poder». Como dijo el presidente Zapatero, invirtiendo la frase evangélica, «la libertad os hará verdaderos»
Frente a ellos, los gobiernos de derechas se muestran capaces de conseguir bonanza económica y bienestar, orden y sensatez en la vida social. Pero, ¿qué entienden de libertad?, es más ¿tienen alguna propuesta centrada en la libertad? Si la tienen no han sido capaces de comunicarla. Parece que sólo entendían de la libertad de mercado, y en estos momentos no es un tema que sea interesante tocar. Se entiende que den la apariencia de complejo de inferioridad frente a los defensores de la libertad. Y que puedan pensar que si han sido votados lo han sido por la crisis económica pero no por sus propuestas sociales.
La defensa de la vida del no nacido, o su protección hasta la muerte natural; el apoyo al matrimonio normal y a los hijos que puedan tener; la presencia de los padres en la educación de los hijos; la defensa del hombre como hombre y de la mujer como mujer; y otros tantos, son valores tradicionales, es cierto. Pero lo son, porque están enraizados en lo más profundo del ser hombre o mujer, y del amor.
¿Qué planteamiento comunicacional de valores es capaz de hacer la derecha? Ninguno. Si aparte de economía estudiasen algo más quizá serían capaces de descubrir que vale la pena trabajar por una libertad que se enraíza no en la voluntad sino en la verdad del hombre, de la mujer, y del amor. Quizá descubrirían que tienen en sus manos la apasionante bandera de la humanización de la sociedad y de la protección del débil.
La defensa de una libertad sin norte más que ella misma, está produciendo unos hombres que ya no saben qué suelo pisan, ni de dónde vienen, ni hacia dónde van. Han producido un comunidad de corruptos e inconscientes manejada porque quienes han detectado los hilos de la comunicación. Y todo esto no es ajeno a la crisis. Lo malo es que frente a eso, el único mensaje de eficiencia en conseguir volver a una sociedad de bienestar como teníamos se manifiesta poco creíble.
Me duele cuando pienso que en muchos sitios buenos están formandose grandes gerentes, pero no grandes pensadores.
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