El transhumanismo es, por decirlo suavemente, controvertido. Pero sus ideas futuristas son convincentes e intrigantes. Algunos de sus defensores (como Elon Musk) son fabulosamente ricos; sus teóricos tienen cátedras en importantes universidades. Sin embargo, según Susan Levin, del Smith College, y autora de Posthuman Bliss? La promesa fallida del transhumanismo, es un «fracaso científico».
Escribiendo en Slate, Levin dice que la promesa del transhumanismo se basa en la transformación del cerebro y la manipulación de genes. Pero tampoco funcionará.
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Que los genes influyen en los rasgos humanos no es algo que se cuestione. Donde los transhumanistas se equivocan es en el papel desproporcionado que asignan a los genes en la creación de sus rasgos preferidos. A diferencia de los rasgos físicos claros, como el color de los ojos, la relación de la «información» genética con características como la inteligencia y la amabilidad es matizada e indirecta. Hoy en día, la teoría de los sistemas de desarrollo sustituye a la causalidad dominante y unidireccional que antes se atribuía a los genes. Desde este punto de vista, el desarrollo abarca una serie de niveles y una gran cantidad de factores, biológicos y no biológicos, que interactúan de forma compleja. Como observa la filósofa de la ciencia Susan Oyama, ninguno de estos factores -incluidos los genes- «se privilegia a priori como portador de la forma fundamental o como origen del control causal último»; más bien, «todo lo que [el] organismo hace y es surge de este complejo interactivo, incluso cuando afecta a ese mismo complejo».
La comprensión del cerebro por parte de los transhumanistas es igualmente errónea. Su presunción de que determinadas capacidades mentales están ligadas a áreas específicas del cerebro -y que, por tanto, pueden ser objeto de manipulación- es cada vez más obsoleta. De hecho, se está produciendo un cambio monumental en el enfoque de la investigación neurocientífica, pasando de áreas discretas con funciones específicas a redes funcionales complejas. Como ya está bien documentado, tareas mentales como la atención, la memoria y la creatividad implican a numerosas áreas del cerebro; las regiones individuales son pluripotentes, lo que significa que tienen múltiples funciones; y varias áreas funcionan como «centros»…
Las pruebas de concepto fallidas de los transhumanistas en ambos campos tienen una sola fuente: su convicción de que, en general, ya sea que el dominio de investigación de uno sea la informática, los genes o el cerebro, las unidades de «información» comprenden lo que es real. Por lo tanto, cuando los transhumanistas hablan de «mejora cognitiva», definen «cognición» en términos de facilidad en la absorción y despliegue de información, la capacidad por la cual se supone que opera y, por lo tanto, es mejorable, en un autocontenido o «modular”. Es esta misma noción la que desmienten los hallazgos anteriores para los psicoestimulantes. De manera similar, la convicción de los transhumanistas sobre el dominio y la manipulabilidad de los genes en relación con la inteligencia, la bondad y similares se deriva de su posición de que los genes transmiten la información compartimentada que es la causa principal de estos rasgos.
Lejos de encarnar una verdad atemporal, la opinión de que las computadoras y los seres vivos son fundamentalmente similares, siendo, en esencia, entidades que transmiten y procesan información, es un producto histórico y cultural de la Segunda Guerra Mundial y sus consecuencias.
Publicada en Bioedge por Michael Cook | 29 de marzo de 2022 | Transhumanism under the microscope