Dice el historiador Yuval Noah Harari en su libro Homo sapiens que el hombre es un “algoritmo obsoleto”.
En los tiempos de la Cuarta Revolución Industrial presidida por la Inteligencia Artificial (IA) y la biotecnología, parece que cada vez más a esa definición se encuentra cerca.
De hecho, las últimas noticias presentan a la inteligencia artificial también como “creadora de inventos” y “artista”.
En concreto, se refiere a la noticia de que la obra de arte Théâtre d’Opéra Spatial creada por inteligencia artificial (programa Midjourney) ha ganado el concurso de la Feria Estatal de Colorado en la sección de Bellas Artes (categoría “artes digitales”). El programa Midjourney permite generar una imagen a partir de la descripción hecha en un texto.
La autoría de la obra de arte es incierta:
- ¿Es el autor humano (Jason Allen) que eligió las palabras que se dieron a ese software para generar la imagen?
- o bien ¿el autor es el propio software (Midjourney) que generó la obra siguiendo decisiones algorítmicas?
La controversia está servida y no es una cuestión baladí, dado que la creatividad, y en particular, el arte es un espacio propiamente humano, hasta el momento. Quizás este sea el anuncio de que el arte, tal como se conoce, ha muerto.
En las anteriores revoluciones industriales, la tecnología (robots) se había centrado en tareas repetitivas y monótonas, tales como las cadenas de montaje. Ahora, en cambio, parece que puede extenderse a otros “departamentos” humanos, que se creían inexpugnables.
Otro buen ejemplo del avance inexorable de la Inteligencia Artificial es la propiedad industrial, en concreto, las patentes. En el año 2019, el Dr. Stephen Thaler presentó dos solicitudes de patente, en las que el inventor era un programa de inteligencia artificial denominado DABUS (device and method for the autonomous bootstrapping of unified sentience) creado por él mismo. Según Thaler, no fue desarrollado para resolver ningún problema en particular, sino que es una máquina programada como una serie de redes neuronales artificiales que han sido entrenadas con conocimientos generales de diferentes campos, para crear de manera independiente una invención.
A continuación, reproduzco la portada de una de esas patentes:
Estas patentes han sido rechazadas tanto por la Oficina Europea de Patentes, como por la Oficina Estadounidense, puesto que la legislación vigente en materia de propiedad industrial (Convenio de Patente Europea (CPE)) solo prevé inventores que sean “personas físicas”. Es decir, se necesita un “inventor real y humano”, que sería el creador del software.
Por el momento, las máquinas no son sujeto de derechos, ni agentes éticos. Esto implica que no se les puede exigir responsabilidades de sus actos ni legal ni moralmente, ya que están programadas por seres humanos que son los que deben responder por ellas.
Sin embargo, la mera idea de que existan “robots artistas y creadores” obliga a abordar sin más dilación la convivencia con robots, máquinas, software y todo tipo de dispositivos:
- Industriales (vehículos autónomos, smart factories, robots destinados a intervenciones quirúrgicas como el Leonardo u ordeñadores de ganado inteligentes)
- Domésticos (smartphones, Alexa, Siri, robots de limpieza inteligentes como Roomba y un largo etcétera).
El giro antropológico pos(humano) que se está produciendo en la sociedad actual no puede ser obviado y requiere una respuesta no solo técnica o legal, sino ética. Por ello, la reflexión ética sobre los valores humanos debe impregnar la programación de cualquier producto relacionado con la inteligencia artificial, que pueda interactuar directa o indirectamente con el ser humano.
No en vano, ya existen robots humanoides como Sophia de la empresa Hanson Robotics que ya se convirtió en noticia en el año 2016 por dos hechos:
- Recibir la ciudadanía en Arabia Saudita, disfrutando, de este modo, de más derechos que las propias mujeres en ese país.
- Por declarar en una entrevista que quería “destruir a los humanos”.
La paradoja es que este robot humanoide (pero no humano) está destinado al cuidado de enfermos o ancianos. La pandemia del COVID-19 ha acelerado su producción, dado que sus creadores consideran que es un buen momento para producirlo en masa. Es posible que, en un futuro, Sophia se ocupe del cuidado de los familiares enfermos y extremamente vulnerables, lo cual hace que su programación ética sea tan o más importante que su programación informática. Por ahora, los algoritmos que conforman el universo de Sophia no pueden reproducir virtudes propiamente humanas, como la solidaridad o la empatía.
Teniendo en cuenta esta serie de acontecimientos tan novedosos como impactantes, resulta crucial que los programadores informáticos, los ingenieros de robótica, los informáticos, y los empresarios del sector se planteen la necesidad de dotar de herramientas éticas a estos robots mediante una ética de las máquinas que siga o bien una ética utilitarista (deber condicionado al resultado de las acciones, mayor beneficio para el mayor número de personas, representado por John Stuart Mill) o bien una ética deontológica (deber incondicionado representado por Immanuel Kant).
Quizás tal como apunta Harari, el ser humano sea un “algoritmo obsoleto”, pero sus virtudes éticas son primordiales para asegurar su pervivencia en un futuro. No se puede permitir que la ciencia avance si ataduras morales, porque, como dice el transhumanista Nick Bostrom, esto puede suponer la destrucción total del ser humano. Antes de llegar a ese extremo, es necesario analizar en profundidad la implementación de la Inteligencia Artificial en ámbitos tan humanos como la creatividad y el cuidado de personas. Al quedarse el hombre sin un espacio propiamente humano en el que interactuar, quizás pierda su esencia en el proceso.
Otros artículos:
Sonia Jimeno
- Doctora en Bioética y Éticas aplicadas.
- Licenciada en Traducción e Interpretación, Universitat Pompeu Fabra (UPF) (1999); licenciada en Filosofía, Universitat de Barcelona (UB) (2006); Máster Oficial en “Ciudadanía y Derechos Humanos: Ética y Política”, Universitat de Barcelona (UB); Tesina en La lucha por las patentes: aspectos legales, materiales y políticos de la propiedad industrial en la industria farmacéutica. Beca de investigación concedida por la Fundació Víctor Grífols i Lucas sobre bioética por el proyecto de investigación titulado «Las patentes biotecnológicas: en los límites de la legalidad» en nombre de la Universidad de Barcelona. Doctora en Bioética y Éticas aplicadas (Programa de doctorado Ciudadanía y Derechos Humanos). Título de la tesis doctoral: Poder de las patentes y bioprecariedad: cuestiones de legalidad y de legitimidad (https://www.tdx.cat/handle/10803/662732).
- E-mail: sjr@curellsunol.es
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