El filósofo surcoreano Byung-Chul Han afirma que:
“Quien no arriesga la vida, sigue llevando una existencia meramente animal y atrapada en la naturaleza. Hay que exponerse voluntariamente al peligro de morir”
La sociedad convive diariamente con ese peligro a morir en diversos escenarios:
- El suicidio (en lamentable aumento en los últimos tiempos).
- La eutanasia y el suicidio asistido (legales en España y en otros muchos países).
- La Bioprecariedad, que con sus “carencias” antes y después de la pandemia (recordemos la falta de material sanitario, fármacos y vacunas contra el covid) también acaba condenando a una suerte de “muerte en vida”.
La pandemia del COVID-19 encaró a las personas de manera violenta con la peor cara de la muerte: cifras descarnadas de fallecidos, soledad ante la muerte, despedidas fallidas, duelos malogrados, insoportables distancias sociales y tristezas ahogadas durante el confinamiento. El propio Han apunta que la “distancia social” impuesta por la pandemia destruyó “la dinámica de lo social, debido a que acabó con los rituales y las costumbres de crear experiencias junto a otros”.
Entre esos ritos y rituales se encuentran, por supuesto, el entierro digno de los seres queridos, que no se produjo en tiempos de pandemia. Un adiós definitivo que no se pudo dar, un abrazo que no se pudo recibir, o que se hizo de manera rápida, aséptica y cronometrada, a través de mascarillas, guantes y demás protecciones contra la propia muerte.
Tras la pandemia, parece que la muerte se ha banalizado incluso más, hasta el punto de que ya no se permite transitar el duelo con tiempo, paciencia y tranquilidad. Al contrario, la sociedad digital obliga al “doliente” a pasar página cuanto antes de los momentos de tristeza para poder sumergirse en una sociedad hiperconectada, hiperconsumista e hipernarcisista.
Antiguamente, el periodo de luto marcaba a esa persona no solo por su atuendo, sino por la tristeza que emanaba de ese riguroso color negro. De esa manera, se avisaba a la sociedad de que esa persona estaba “en duelo”, estaba sufriendo y se le mostraba respeto y comprensión.
Actualmente, los ritos y rituales asociados a la muerte (ir al cementerio a dejar unas flores, recordar a los seres queridos o incluso hablar de ellos) han dejado de ser relevantes y se han convertido en un tema “que se debe gestionar” y, sobre todo, “resolver”.
Por ello, ni siquiera el proceso de duelo escapa ya a la tecnificación y digitalización actuales, tal como demuestra el estudio que están llevando a cabo la Universitat Oberta de Catalunya y la Universidad de Aalborg (Dinamarca) basado en el uso de la inteligencia artificial para personas en duelo.
Se trata del desarrollo de los denominados “chatbots”, un tipo de software utilizado para mantener conversaciones con una persona mediante respuestas automáticas. Ya las personas se están acostumbrando a hablar con máquinas en cualquier conversación telefónica mantenida con compañías de suministros, aseguradoras y demás servicios. La novedad es que este nuevo “chatbot” (también conocido como “griefbot” por “grief”, que significa duelo en inglés) está destinado a ser utilizado por personas en proceso de duelo.
El objetivo es crear programas que recopilen la huella digital de un individuo fallecido (publicaciones en redes sociales, fotografías, vídeos, correos o mensajes de texto) para poder simular conversaciones con las expresiones habituales de esa persona a partir de esos “Big Data”. Según el proyecto, estos “chatbots” pueden reducir el impacto psicológico de la pérdida de un ser querido.
Por otra parte, el estudio también se menciona la existencia de plataformas que permiten la creación de “cementerios virtuales”. De hecho, redes sociales como Facebook e Instagram ya ofrecen la posibilidad de reconvertir el perfil del usuario fallecido en “cuentas conmemorativas” para honrar su memoria.
En este contexto tan digital y digitalizado de la muerte, el estudio se plantea algunas preguntas de carácter ético (más que necesarias, en mi opinión), tales como:
- ¿Es ético simular una conversación con alguien que ya no está?
- ¿Son estas interacciones positivas para una persona que está pasando por un proceso de duelo?
- ¿Debería haber algún tipo de intermediario en este tipo de relaciones?
La respuesta no es fácil ni unívoca, dado que implica factores psicológicos, sociales, culturales, jurídicos e incluso tecnológicos.
En este punto, cabe mencionar dificultades tecnológicas asociadas a la Bioprecariedad digital, entendida como la falta de acceso a internet o a conocimientos sobre herramientas digitales, a la que ya se ha hecho referencia en la gestión de la salud digital durante la pandemia.
En esta sociedad pospandémica, este problema sigue existiendo, pero ahora la Bioprecariedad digital se traslada a estos asistentes virtuales para el duelo que, al igual que las plataformas de gestión de la salud, forman parte de una sociedad digital a la que no todos tienen acceso por edad, situación económica u otros motivos. Por lo tanto, la barrera tecnológica podría ser un impedimento importante para que estos “chatbots” puedan llegar a toda la sociedad y no solo a los más avezados en el uso de las nuevas tecnologías.
Por otra parte, también existen dificultades jurídicas. Cabe recordar que todos los “Big Data” pertenecientes a la persona fallecida también deben ser protegidos, dado que se desconoce el funcionamiento de estos algoritmos, sus sistemas de almacenamiento y el uso que se puede hacer de esos datos en un futuro. Así pues, estos “chatbots” también plantean cuestiones jurídicas respecto al tratamiento de los datos en un caso tan sensible.
Ciertamente, tal como apunta la principal investigadora del proyecto, Belén Jiménez:
«Es importante abrir un debate social sobre el duelo y la muerte. Más ahora cuando las nuevas tecnologías están transformando nuestra experiencia de duelo e incluso nuestra manera de entender qué es la muerte”. Sin embargo, la incorporación de la inteligencia artificial a un asunto tan puramente humano como es el dolor, el sufrimiento por la pérdida de un ser querido no parece ser la opción más acertada cuando existen soluciones “más humanas”.
Una de ellas sería dotar de más recursos al sistema de sanidad pública en forma de psiquiatras y psicólogos que puedan atender a las personas en duelo, como mínimo, durante los primeros meses. Diversas asociaciones ya han demandado más presencia de ayuda psicológica en atención primaria para poder detectar problemas de salud mental a tiempo. Incluso se ha barajado la posibilidad de ofrecer bajas laborales remuneradas durante el proceso de duelo.
No en vano, el duelo constituye uno de los momentos más difíciles y solitarios de la vida, porque tal como apunta Han, “de la sociedad actual es característica la eliminación de toda negatividad, todo se pulimenta, se satina. A sentimientos como el duelo se les deniega todo lenguaje, toda expresión. Se confirma la expulsión de la negatividad, de lo distinto”.
No deja de ser paradójico que al duelo se le deniegue todo tipo de expresión, pero que, al mismo tiempo, se ofrezcan herramientas de inteligencia artificial para poder superarlo. Este hecho confirma la sospecha más que fundada de que en esta sociedad hiperconectada digitalmente, la conexión humana ha desaparecido y en su lugar, se deben conformar con “robots”, que ayuden a gestionar las penas de la vida, la negatividad de la que hablaba Han.
No cabe duda de que estos asistentes virtuales puedan ser una buena herramienta para superar todas las etapas del duelo (negación, ira, negociación, depresión, aceptación) que tan magistralmente describió la doctora Elisabeth Kübler-Ross. Pero no pueden sustituir la empatía, la solidaridad, ni la mirada y la voz humanas.
Si se entrega el dolor humano a manos de las máquinas, por muy eficientes que sean, se estará dando la espalda a lo más propiamente humano que es la vulnerabilidad.
Decía Montaigne que la filosofía es una preparación en el camino hacia la muerte. Nunca pensó que debería transitarlo en compañía de máquinas.
Publicada por Sonia Jimeno | diciembre de 2022 | El duelo “artificial”
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