En el marco del Congreso de Bioética de San Juan de Dios del cual se trató en un artículo anterior en este mismo, se presentaron conceptos muy interesantes para el entorno sanitario. Entre ellos, destacan especialmente dos:
- Distrés Moral.
- Latrolalia
El distrés moral es un factor de riesgo que puede ser clave en el desarrollo del denominado síndrome de burnout (desgaste profesional) y que se produce cuando una persona se siente incapaz de adoptar decisiones éticamente aceptables a causa de factores externos (problemas con la dirección, con compañeros o con la propia institución). Obviamente, el distrés moral también podría definirse como una suerte de “angustia moral” por la sensación que acompaña a esa incapacidad de hacer lo correcto en entornos tan delicados como el sanitario, en el que la línea entre la vida y la muerte se cruza, desgraciadamente, a diario.
Según el doctor Daniel Carnevali Ruiz, Jefe de servicio de Medicina Interna del Hospital Universitario Quirón Salud de Madrid y ponente del congreso, unas de las causas del distrés moral es la falta de atención y de escucha activa que recibe el profesional que se enfrenta a una determinada situación, en la que sabe lo que debe hacer, pero no puede llevarlo a cabo por factores externos de diversa índole. En ocasiones, esta incapacidad también se debe a la falta de recursos en la propia institución sanitaria, que puede determinar el tipo de decisiones que se toman desde la propia dirección hospitalaria o del servicio correspondiente. Esto implica que la necesidad de actuar moralmente en situaciones de estrés se sustituye por una actuación adecuada en función de los recursos más en línea con planteamientos utilitaristas.
El impacto del distrés moral en los profesionales sanitarios es un malestar físico y psicológico que puede conllevar consecuencias tan negativas como el “cinismo profesional”, es decir, el ejercicio profesional carente de motivación y de proactividad. Se cumplen las tareas, pero sin mayor implicación. Este hecho es especialmente crítico en el sector sanitario, donde se trata con personas vulnerables en estados de enfermedad y necesitados de un nivel de implicación máxima, sobre todo en determinados contextos.
Es evidente que el distrés moral no se produce únicamente en sanidad, sino en múltiples profesiones donde esta angustia moral aparece por la falta de empatía, de recursos, de solidaridad entre compañeros o por conflictos de valores. Pero, sin duda, su impacto en el sector sanitario puede llegar a ser especialmente dañino por el residuo moral que se va acumulando en los profesionales y que puede desembocar, en último término, en lo que se denomina Iatrolalia.
La Iatrolalia se define como aquellos comentarios imprudentes que se producen durante el contacto con el paciente y que afectan a la autoestima o causan angustia al paciente. Este problema también se hace extensivo a la denominada Iatronimia formada por actitudes o gestos inadecuados (por ejemplo, no recibir al paciente con un salud o solo mirar el ordenador durante una visita médica).
Es necesario comprender que el distrés moral y la iatrolalia están íntimamente relacionados, ya que el estado emocional (negativo) de los profesionales sanitarios puede conllevar un trato inadecuado al paciente por esa carencia de motivación.
En otras ocasiones, tal como se ha señalado en el congreso, la Iatrolalia se produce simplemente por una falta de empatía con el paciente debida a una sobrecarga laboral, a una inadecuada formación o incluso al desconocimiento de la importancia que cualquier actuación pueda tener para el paciente. Por consiguiente, la Iatrolalia no se circunscribe únicamente a los médicos, sino a enfermeras, auxiliares de enfermería e incluso a administrativos. Todos han podido recibir en algún momento de la vida una mala palabra o un comentario inadecuado en momentos delicados de salud.
Tal como señalaba la doctora Mónica Suárez Morgade del Hospital San Juan de Dios de Tenerife, es muy importante formar en ética a todos los miembros de la plantilla de cualquier hospital. Eso implica mostrarles sus posibles errores de comunicación al interactuar con los pacientes y las soluciones más adecuadas. Para ello, la dra. Suárez ha empleado vídeos en tono humorístico sobre escenarios de marcada Iatrolalia para analizarlos con los empleados en reuniones grupales y poder identificar todos los errores. Entre ellos, como siempre, destaca la falta de empatía y de respeto que son especialmente negativas en situaciones de extrema vulnerabilidad como final de vida o discapacidad cognitiva grave (Alzheimer, por ejemplo).
Ciertamente, el acto médico se refiere al desempeño de un profesional de la medicina frente al paciente y a la sociedad, respetando en todo momento los cuatro principios de la bioética: Beneficencia como búsqueda del bien del paciente, no maleficencia destinada a prevenir el daño (primum no nocere), autonomía como la toma de decisiones sin coerciones externa y justicia entendida como equidad en el acceso y distribución de recursos médicos escasos.
Sin embargo, el acto médico también incluye todas aquellas actuaciones llevadas a cabo por todo el personal de un hospital. El motivo es simple: la extrema vulnerabilidad de los pacientes. Algunos de ellos, sin duda, revestirán menor gravedad, pero el respeto a la dignidad siempre debe presidir cualquier relación humana. El mero hecho de asear a una persona incapacitada temporal o permanentemente constituye un acto médico que repercute en el bienestar del paciente. Y, por supuesto, la actitud con la cual se aborda cualquier actividad (aseo, comunicación con el paciente, distribución de medicación, relación con familiares) es crucial en la mejora del estado general tanto físico como psicológico. En cambio, una comunicación inadecuada puede generar mayor angustia no solo en el profesional médico, sino en el enfermo.
El control y gestión de problemas como el distrés moral y la Iatrolalia pueden conducir a un ambiente sanitario más agradable y presidido por el imperativo categórico kantiano que insta a tratar a las personas como un fin y no así como un medio. Los enfermos, los pacientes, pero también sus familias y allegados forman parte de la narrativa vital. Cualquier desencuentro con alguno de ellos puede aportar todavía más angustia vital a una persona vulnerable.
Con una comunicación adecuada y una perspectiva ética, será posible no solo evitar el agotamiento del personal sanitario, sino el trato respetuoso y digno de personas que, en ocasiones, son discriminadas por razón de edad (el denominado “ageismo”), o por enfermedades críticas o agudas de final de vida, o por problemas mentales graves (psíquicos, deterioro cognitivo).
La ética utilitarista que rigió los principios del triaje y de la distribución de recursos escasos durante la pandemia y que derivó en la bioprecariedad no debe ser la guía moral de la sanidad.
Solo desde una ética deontológica donde prime la dignidad del ser humano será posible tratar a los paciente con la calidad no solo asistencia, sino humana que todos merecen.
Como dice Diego Gracia en su libro Bioética mínima, el “profesional no debe abandonar nunca al paciente, porque en tanto profesional tiene un deber de no abandono”. Esa obligación de no abandonar al paciente se hace extensiva a todos los órdenes de la vida, desde la higiene hasta la comida, desde el control de la
medicación hasta el saludo cada mañana acompañado del nombre del paciente (Buenos días, José) si es posible. Todos esos pequeños actos diarios y cotidianos que no suponen un gran esfuerzo pueden marcar la diferencia entre una atención sanitaria correcta desde un punto de vista médico y una atención sanitaria excelente desde un punto de vista humano. Como agentes morales y seres humanos, la apuesta siempre
debe ser por la segunda.
Publicada por Sonia Jimeno | 21 de octubre de 2024 | Distrés moral e Iatrolalia en el entorno sanitario