Días pasados me invitaron unos amigos a comer con ellos en la playa de Salinetas. La conversación transcurrió por varios derroteros, y desembocó en la tensión social que se ha producido estos días por el intento de ampliar la ley del aborto. Unos eran partidarios de dejar la ley como está, otros de ampliarla y en ese debate transcurrió el final de la comida.
Lo que más me llamó la atención es que uno mis amigos, que se manifestaba como contrario al aborto, sin embargo, terminó su exposición diciendo que «de todas formas alguna ley tendrá que haber que regule el aborto».
Con sus palabras, sin darse cuenta, manifestaban una idea que se va difundiendo cada vez más y que podríamos resumir diciendo, que, «aunque el aborto pueda ser algo malo, hay que aceptarlo como una realidad contra la que no se puede hacer nada». Se produce con ello una incoherencia importante entre lo que se piensa sobre el valor de toda vida humana, y la aceptación de lo que es una interrupción provocada de esa vida.
Algunos, que se tienen por profetas del futuro, van más allá y exigen que se reconozca el derecho de cualquier persona a abortar. Lo cual es difícilmente conciliable con el artículo 3 de la Declaración universal de Derechos Humanos: «Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona». Y científicamente nadie duda de que desde la concepción se está ante un individuo humano, no ante un grupo de células.
Siendo esto tan claro, qué puede fallar para que se esté adoptando una cultura social tan incoherente.
Puede ayudarnos a entender nuestro tiempo mirar la historia reciente. La esclavitud no acabó de ser abolida en el derecho internacional hasta hace pocos años, en la Convención sobre la Esclavitud, promovida por la Sociedad de Naciones y firmada el 25 de septiembre de 1926, que entró en vigor desde el 9 de marzo de 1927. En EEUU la segregación racial no es abolida legalmente hasta la Ley de Derecho al Voto (de los negros), firmada por el presidente Lyndon B. Johnson el 6 de agosto el 10 de julio de 1965. Pocos años antes el Tribunal Supremo había aceptado como perfectamente constitucionales varias leyes segregacionistas.
Un caso reciente es el apoyo de Hillary Clinton a la Planned Parenthood Federation of America, fundación muy activa en la extensión del aborto, cuya fundadora, Margaret Sanger, es una figura muy controvertida por su promoción del control de población dirigido a los negros y a los más pobres.
La explicación de muchas incoherencias está en la libertad humana, que siempre es capaz de elegir mal. O como afirmaba recientemente Benigno Blanco: «Cada época tiene su barbarie: la discriminación de la mujer, la esclavitud, el racismo»¦ y a cada época eso le parece normal. La normalización social y jurídica del aborto es un signo de la nuestra». No pensemos que por ser personas del siglo XXI, estamos exentos de equivocaciones.
La situación, sin embargo, no es irremediable. El aborto y el infanticidio fueron legales hasta el siglo III, después dejaron de serlo, y ahora vuelven de nuevo. De la misma forma pueden volver a ser ilegales. La solución pasa por fomentar el amor a la verdad.
En nuestra sociedad fácilmente se acepta la mentira, cuando por medio hay cuestiones de dinero, de poder, o de placer. Ciertamente la verdad es un valor frágil, que puede ser arrasado por otros intereses más fuertes. Pero por su debilidad debería ser cuidado con más exigencia, porque la verdad es el único valor que puede hacernos crecer en libertad. Sólo cuando vislumbramos la verdad de la realidad podemos elegir con libertad.
Cuando otros intereses más fuertes se interponen, si no los controlamos, acaban haciéndonos sus esclavos. Pasamos a elegir en función de lo que piensen los otros, o de lo que consigamos de ellos, o de cómo controlarlos. En definitiva, nos hacemos esclavos de los demás. Cada vez se hace más patente que sólo el amor a la verdad nos permite crecer en libertad.
Por ello hablemos del aborto con libertad. Sin ser esclavos de partidos, ni de grupos, ni de instituciones, ni de modas sociales. Hagamos uso de la libertad de plantearnos la verdad sobre la interrupción voluntaria del embarazo, y aceptemos la realidad de lo que es, sin quedarnos en una visión teórica. Sólo después podremos pensar cuáles son los medios que debería poner en marcha nuestra sociedad para abordar este problema que cada día provoca más tragedias en nuestro mundo.
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SEAMOS COHERENTES.- La polémica sobre el aborto vuelve a estar sobre la mesa. Ha permanecido dormida en nuestra conciencia, recostada sobre una ley que no se cumplía en ninguno de los dos extremos de su vara. Ahora ha despertado de forma brusca, y de igual manera que nos sobresalta de madrugada algo inesperado, un proyecto de ley inopinado y sorprendente nos deja desorientados y extraños.
Sin embargo, pese a lo prematuro ya podemos ver confeccionado el traje que estará a disposición de quien voluntariamente quiera ponérselo. Eso es indudable. Pero a pesar de eso, ¿no tenemos derecho a opinar?
En ocasiones la tozuda realidad se antepone a nuestros deseos. Es lo que ocurre con esta Ley. Quisiéramos que la realidad fuera otra y así salvar nuestras conciencias. Pero aunque la miremos de soslayo va a permanecer a nuestro lado, impertérrita, ajena a nuestras cuitas y preocupaciones. En silencio»¦ Entonces es necesario, en un ejercicio de supervivencia, crear otra realidad.
El rigor científico nos amenaza: la semántica nos defenderá. Hagamos una minusvaloración de contenidos. Podemos hablar entonces de «producto», de «amalgama de células», de algo que «no siente, ni padece». En fin, cerremos los ojos. Pero ella, la realidad, permanece todavía, quieta y segura, a nuestra vera, y nos susurra al oído que todos aquéllos eufemismos significan realmente «ser vivo de la especie humana». No hablamos de persona. No hablamos de dignidad. No es el momento. Simplemente hablamos de un ser vivo. Entonces la polémica se torna falsa.
¿Porqué no afrontar con gallardía nuestras razones?, ¿porqué no ser coherentes?, ¿porqué negar la evidencia científica? Admitirlo sería perder la guerra, y hacer decaer el derecho a decidir de la mujer frente a un derecho a la vida, siempre superior. No hablo de Derecho, no hablo de Filosofía. Hablo de Vida.
Y aquí viene la honestidad «¦ o la mezquindad. Reconozcamos la realidad y admitamos que somos unos egoístas utilitaristas. Frente al derecho a la vida del nasciturus, oponemos nuestro interés, siempre legítimo aunque no sea justo, porque en nuestro entender es un mal menor, pero mal al fin, frente a unas consecuencias que entendemos de valor superior al sacrificio. Seamos consecuentes, seamos coherentes y admitamos que en esa terrible elección, optamos por la que menos daños creemos que nos hace, pero no ocultemos la realidad con una máscara que alivie nuestros corazones. Es el libre albedrio, es la autonomía, es la dignidad, es ser personas, y asumir el peso de nuestras acciones. Elegimos. Aunque nos equivoquemos …
Comparto con Benigno Blanco que cada época tiene su barbarie y posiblemente la nuestra es el aborto. Sin embargo, incluiría la experimentación con embriones. Es decir, matizaría que nuestra barbarie es considerar a los no nacidos como cosas que pueden ser utilizadas a nuestro antojo. Despreciamos el verdadero valor de cada vida humana que es un fin en si misma y jamás puede ser instrumentalizada.
Los no nacidos no pueden defenderse. La barbarie de nuestra época es de tal calado que ha aniquilado, en no pocos casos, el instinto natural de cualquier madre a proteger la vida que alberga dentro de sí. Se ha aceptado jurídica y socialmente que ellas mismas son las más apropiadas para decidir matar a sus hijos. ¿Qué nos está pasando?
Sigo confiando en el ser humano. Estoy seguro de que nuestras conciencias adormecidas despertarán y adecuaremos nuestro Derecho a las realidades que la ciencia tanto nos ayuda a redescubrir con más profundidad.
Le pido a Dios que nos deje ver, a todos los hombres de nuestro tiempo, con claridad la crueldad del asesinato del aborto y la experimentación con nuestros hijos no nacidos y así nos ayude a dar los pasos necesarios para acabar con esta barbarie de nuestro tiempo.
Quiero expresar por este medio, mi parecer respecto de que repitamos en
nuestros textos la expresión «interrumpir un embarazo» o «interrupción del
embarazo».
El aborto no interrumpe nada. El aborto anula, cancela, destruye, aniquila,
un embarazo.
La palabra «interrupción» suena más aceptable que matar, por eso nos están
acostumbrado el oído a ella, sobre todo en los medios, pero no podemos
admitirla.
Se interrumpe una transmisión de radio, o una tarea, o una lectura, que
luego podemos retomar y seguir, o no, pero que podemos llegar a cumplir en
forma acabada. No así con el aborto.
Me parece que tenemos que pronunciarnos fuertemente contra esta solapada
forma de hacer «amigable» – como se dice ahora – una intervención
decididamente contraria a la vida, y a la vida inocente.
Gracias por su atención.
Se me adelantó Cristina, lo que celebro. Es importante el uso correcto de las palabras en un tema de tan grave importancia. Gracias a Cristina y a ustedes por su atención
Sin entrar en el debate, ya que no es lo que se discute aquí, una puntualización técnica:
«Y científicamente nadie duda de que desde la concepción se está ante un individuo humano, no ante un grupo de células.»
¿Es un óvulo fecundado, una única célula, un ser humano?
O bien, ¿es un conjunto reducido de células madre un ser humano?
Repito, el debate es otro. Pero, ¿está esto claro?
Otra puntualización: la discriminación de la mujer, la esclavitud y el racismo son barbaries muy extendidas en el siglo XXI. También el aborto. Y la tortura. Y la guerra, y el genocidio.
No nos limitemos a ver lo que queremos.