Hace unas semanas publiqué en este mismo blog un artículo titulado Bioprecariedad en la era covid, el que presentaba el concepto de “bioprecariedad” entendido como la “violencia estructural contra la vida por la imposibilidad de acceder a productos esenciales para la misma (tratamientos, dispositivos médicos, kits de diagnóstico, medicamentos, combustibles, semillas o alimentos) por los elevados precios de los productos patentados».
En esta nueva era “pandémica” y “digital” dada la gran importancia de los denominados “Big Data”, es necesario adjetivar el término y hablar también de “bioprecariedad digital” vinculada directamente con la “brecha digital” y entendida como la falta de acceso a internet y la falta de conocimientos sobre las herramientas digitales por problemas económicos, sociales, sanitarios o por supuesto, de edad.
Actualmente se está gestionando la salud de los ciudadanos a través de infinidad de plataformas virtuales (véase, “La meva salut” en Cataluña, a modo de ejemplo), para las cuales es necesario tener acceso no solo acceso a Internet mediante un ordenador o un smartphone, sino a conocimientos de los pasos que se deben seguir para poder acceder a la información.
La cuestión es que existen colectivos sin ese “acceso” ni a la red, ni a los conocimientos tecnológicos necesarios. Este es un problema que se ha puesto especialmente de manifiesto durante la pandemia. No en vano, la cita para la vacunación se ha gestionado mayoritariamente por Internet sin tener en cuenta la brecha digital, es decir, las dificultades que tienen muchas personas para acceder y utilizar la red.
Por ese motivo, el pasado verano resultó incluso necesario habilitar autobuses móviles que se pasearan por la ciudad de Barcelona para ofrecer una única dosis de la vacuna Janssen a colectivos vulnerables con problemas idiomáticos, de acceso a internet, o incluso para personas que llegaron recientemente a Cataluña para trabajar y no disponían de tarjeta sanitaria.
Otra cuestión especialmente delicada fue la implantación del pasaporte Covid desde el pasado mes de diciembre hasta hace muy poco tiempo en: bares, restaurantes, gimnasios, etc. En el momento en el que entró en vigor esa medida en Cataluña, los centros de salud recibieron un alud de consultas de ancianos que no disponían de Internet, ni de smartphones o de impresoras, pero que querían tener su pasaporte covid, para poder seguir con sus actividades habituales, como el mero hecho de tomarse un café y socializar en el bar de su barrio.
Por todo ello, la brecha digital es un reto al que se debe hacer frente, porque plantea cuestiones éticas de primer orden no solo a nivel sanitario, sino a nivel económico y social, incluso de integración social.
Recordemos la reciente noticia de un anciano que harto del trato que recibía en los bancos impulsó una petición en la plataforma Change.org para pedir un trato más humano a las personas mayores en las entidades bancarias. Afortunadamente, su petición ha recibido respuesta del gobierno, y se espera que esto suponga un cambio real en el trato hacia los ancianos.
Todos estos problemas subrayan que la bioprecariedad se encuentra presente en todos los ámbitos de la vida y que entronca directamente con otro concepto clave en bioética: la vulnerabilidad que demanda una ética de responsabilidad y cuidado para que los avances científicos y tecnológicos no pongan en peligro la existencia y respeten la dignidad.
Como afirma el filósofo coreano Byung-Chul Han, vivimos en una sociedad del rendimiento, del cansancio, con individuos cansados, agotados y deprimidos, que serán los futuros consumidores de antidepresivos y ansiolíticos que cronifiquen este cansancio vital, o lo que él denomina “infarto del alma”. En el actual escenario de la pandemia, las palabras de Han son más lúcidas que nunca, dado que la sociedad está literalmente “cansada” y “agotada” de dos años de restricciones, imposiciones y limitaciones, tal como han puesto de manifiesto las grandes manifestaciones de los camioneros de Canadá contra la vacunación obligatoria decretada por el gobierno de ese país.
La bioprecariedad en su forma más amplia y en su versión digital tan solo sirven para ahondar todavía más en la violencia estructural contra la vida. La única “vacuna” contra ella es la (bio)ética y en particular, una ética de la salud pública, que fomente el debate en la sociedad y que ofrezca herramientas para conocer nuestros derechos y poder así defenderlos.
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