domingo, 15 de junio de 2025

Apagón sanitario

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El pasado día 28 de abril a las 12:33, España y Portugal se quedaron a oscuras durante más de diez horas (en algunos puntos, incluso más).

El apagón eléctrico más importante de la historia del país se inició de manera repentina, dejando a una gran cantidad de personas incomunicadas en trenes, metros, ascensores u otras ubicaciones con los consiguientes efectos personales, económicos, sanitarios y psicológicos.

Entre ellos, cabe señalar el fallecimiento de cinco personas por causas derivadas del corte eléctrico masivo:

Tres miembros de una misma familia en Taboadela (Ourense).

Una mujer de 46 años en Valencia tras no disponer de respirador por el apagón.

Una mujer en Madrid a consecuencia de un incendio provocado por una vela en su domicilio. El incendio provoco una gran humareda que subió por la fachada de los otros vecinos, que también tuvieron que ser rescatados. Cinco de ellos incluso fueron trasladados al hospital.

Pero, sin duda, uno de los casos más estremecedores es el de la familia de Taboadela, compuesta por un matrimonio de ancianos de 81 y 77 años, respectivamente y su hijo, de 56 años con discapacidad. Según las conclusiones del forense, el deceso se debió a una intoxicación por inhalación de monóxido de carbono por un respirador.

La realidad es que uno de los cónyuges padecía una grave enfermedad que le obligaba a usar ese respirador a diario. Tras el apagón, la familia decidió utilizar un generador cedido por ayuntamiento de Taboadela para que siguiera funcionando y proteger la vida del anciano.

Sin embargo, esa decisión fue fatal y se cobró la vida de todos ellos por los gases emanados. Los tres miembros de la familia tenían algún grado de dependencia reconocido y recibían asistencia domiciliaria habitualmente, como ocurrió el pasado 29 de abril, un días después del corte eléctrico.

Al no recibir respuesta, la trabajadora del servicio de ayuda a domicilio avisó al ayuntamiento y a los servicios de emergencia. Lamentablemente, ya era tarde para poder salvar la vida de esta familia.

Este tipo de casos son especialmente dolorosos dado que afectan a personas con un alto grado de dependencia y, por lo tanto, de vulnerabilidad tanto inherente como situacional o socialmente producida. No en vano, los tres miembros de la familia tenían problemas de salud mental y física agravados por el mal funcionamiento, en este caso, de un generador cedido por el ayuntamiento.

Incluso sería posible tildar a este tipo de vulnerabilidad como patológica, es decir, producida por relaciones personales abusivas o por estructuras institucionales que, a pesar de querer ayudar, acaban fracasando en su intento, como ha ocurrido con el generador del ayuntamiento.

Por otra parte, muchos otros ancianos dependientes y sus cuidadores (familiares o profesionales) también sufrieron de primera mano los efectos del apagón masivo.

Algunos de ellos incluso se quedaron atrapados en ascensores, o bien no pudieron acceder a sus domicilios de manera natural y tuvieron que ser llevados a peso por la falta de ascensores. En el caso de las cuidadoras a domicilio e internas la problemática fue todavía mayor, dado que estaban a cargo de personas extremadamente vulnerables en una situación totalmente desconocida.

La teleasistencia no funcionaba correctamente ni los móviles y teléfonos, de manera que el contacto con los familiares de los ancianos fue una tarea complicada. En ese contexto, su labor para mantener los cuidados de los ancianos ha sido crucial.

En Barcelona, por ejemplo, una empleada del servicio de asistencia a domicilio se quedó encerrada en el ascensor con el hombre al que cuida durante más de cuatro largas horas. Finalmente, les pudieron rescatar y no hubo que lamentar pérdidas humanas.

Sin embargo, el corte eléctrico también puso de manifiesto las condiciones laborales de muchos cuidadores profesionales que asumen responsabilidades muy amplias de cuidado, a nivel sanitario, pero también a nivel emocional.

Todo el apoyo que se pueda brindar a una persona vulnerable en una situación extrema es de un valor incalculable. Por ese motivo, muchas internas que reciben sueldos precarios por asumir una amplia variedad de cuidados también han dado su opinión en esta circunstancia tan delicada.

También cabe estacar los familiares que asumen las tareas de cuidado, combinándolas con sus propias vidas, trabajos y familias también sufren un elevado nivel de estrés y desamparo por parte de la administración que obstaculiza las ayudas públicas con largas listas de espera.

Por ese motivo, las familias que disponen de recursos propios deciden contratar ayuda privada, en ocasiones con sueldos dignos, pero en muchas otras, con condiciones salariales muy precarias.

La privatización de los cuidados, la falta de dotación económica de la ley de dependencia, así como las trabas administrativas y las largas listas de espera son factores que redundan en una peor calidad de vida para los ancianos y sus familias.

Esta narrativa concuerda con la existencia de una suerte de Bioprecariedad asistencial entendida como la falta de acceso a cuidados, ya sea públicos o privados, en especial para los más vulnerables y frágiles (ancianos, personas con discapacidad, enfermos crónicos, situaciones de final de vida.

El corte eléctrico del pasado 28 de abril vuelve a poner de manifiesto que la vulnerabildad y la bioprecariedad son dos de las consecuencias de la falta de recursos en la sanidad pública.

La única manera de paliar sus efectos es, por una parte, dotar con más recursos económicos y materiales la sanidad pública, pero también aplicar la “ética del cuidado” que considera la vulnerabilidad de las personas como un aspecto esencial de la vida y que concibe el acto sanitario como un acto basado en el cuidado.

La atención a las personas debe basarse fundamentalmente en:

La empatía.

La escucha activa.

La solidaridad.

La justicia.

El respeto a la dignidad humana.

Mientras la medicina se ocupa de la curación de los enfermos, la enfermería y por extensión, los cuidadores de toda índole se ocupan del cuidado y la atención de las personas en todas sus dimensiones.

Tal como afirma Carol Gilligan, una de las representantes de la ética del cuidado, existen dos lenguajes para codificar el mundo moral: el de la justicia y el del cuidado. No son antagónicos, sino manifiestamente complementarios y necesarios para poder ofrecer una atención sanitaria adecuada desde el tratamiento y la curación de enfermedades y el cuidado de los enfermos.

El apagón eléctrico mostró de nuevo la cara más amarga de la Bioprecariedad asistencial y sus nefastas consecuencias. Solo desde la ética del cuidado y la aplicación de principios bioéticos será posible asumir con garantías la responsabilidad por los más vulnerables, porque como afirma Adela Cortina “no basta con el lenguaje de los derechos, las denuncias o las impugnaciones”.

Es necesario que esa responsabilidad surja de manera natural y espontánea, porque cuando alguien no protege a un ser vulnerable, se comporta de forma inmoral.

 

Publicada por Sonia Jimeno | 16 de mayo de 2025 | Apagón sanitario

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