sábado, 14 de septiembre de 2024

Alain Delon: Acerca de la buena muerte de un mito

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El pasado 18 de agosto de 2024 fallecía a los 88 años de edad el actor francés Alain Delon en su casa de Douchy (Francia). Los ojos más bellos del cine francés y europeo decían adiós, marcando el fin de una era, en la que la belleza y el buen gusto reinaban no solo en el cine, sino en la vida.

El protagonista de 122 películas, entre ellas grandes títulos como “El gatopardo” y “Rocco y sus hermanos” tuvo una vida sentimental y personal trufadas de desencuentros familiares, rupturas dolorosas y declaraciones controvertidas, especialmente en los últimos tiempos.

Algunos se preguntarán al leer estas líneas por qué Delon es objeto de un artículo de bioética en esta blog. La respuesta es sencilla: su petición de eutanasia hace poco más de dos años en una clínica de Suiza es un tema de bioética por excelencia.

Delon tomó esta decisión tras sufrir dos derrames cerebrales en el año 2019 de los que logró recuperarse, pero que le dejaron graves secuelas físicas. Su hijo Anthony confirmaba en un programa de radio del año 2021 que, efectivamente, su padre le había pedido que, llegado el momento, recurrieran a la eutanasia para evitarle
sufrimiento innecesario.

Para Alain Delon, según sus propias palabras, la eutanasia era:

“Lo más lógico y natural que existe, estoy a favor de la muerte digna, primero, porque vivo en Suiza y porque a partir de cierta edad, tenemos derecho a salir de esto tranquilamente sin pasar por hospitales, inyecciones ni esas cosas”.

Ciertamente, el actor francés tenía razón al no desear una muerte dolorosa, larga y medicalizada. En ese punto, es evidente que cualquier persona preferiría la inyección letal a la frialdad de un hospital. Sin embargo, existen motivos para poner coto a la expansión de la legalización de la eutanasia por los efectos perniciosos que puede tener a largo plazo.

Finalmente, Alain Delon finalmente no se acogió a la eutanasia y murió en paz en su propia casa con la compañía de sus hijos, con los que no mantenía una buena  relación, pero que le acompañaron en su último hálito. Quizás, esa falta de acompañamiento físico y sentimental al final de sus días fue uno de los factores clave en su petición de eutanasia.

Último deseo

No en vano, él mismo incidía en el hecho de que quería ser enterrado con sus perros, ya que ellos siempre le habían mostrado el afecto, cariño y compañía que muchas personas no habían sabido darle a lo largo de su vida. Por ese motivo, también pidió que, a su muerte, sacrificaran a su último perro con el que deseaba ser enterrado, un pastor alemán que fue su fiel compañero en estos últimos años.

Afortunadamente, la familia, con la intervención de la actriz Brigitte Bardot conocida por su defensa de los animales, no ha transigido en esta petición que, de nuevo, demuestra que el actor francés deseable controlar la muerte, un imponderable tan azaroso como inabarcable.

Cabe destacar que, en los últimos tiempos, los derechos de los animales han ganado terreno en todo el mundo. En concreto, en España, la última legislación vigente desde el año 2023 (Ley 7/2023, de 28 de marzo, de protección de los derechos y el bienestar de los animales) intenta paliar problemas tan graves, como el abandono, el maltrato animal y las eutanasias innecesarias.

En este contexto, la petición de Delon es tan controvertida como injusta y atenta gravemente contra los derechos de los animales que no tienen que ver con los deseos de los humanos. Se podría decir que Alain Delon, de alguna manera, ha marcado la agenda de la bioética con estas dos peticiones de eutanasia, animal y humana, a las que se debe responder con argumentos de peso.

En general, este acto médico transitivo en forma de eutanasia o intransitivo, en forma de suicidio médicamente asistido esconde, en muchos casos, el fracaso de los cuidados paliativos por falta de recursos y en otros, una suerte de eugenesia liberal de personas vulnerables.

Este sería el caso del ciudadano canadiense Roger Foley de tan solo 49 años, al que su propio médico le ofreció una muerte médicamente asistida al plantearse el suicido por falta de recursos para vivir. Este hecho tan descarnado ahondó todavía más en su tristeza por la devaluación de su persona y del sentido de su vida. En sus propias palabras, Foley afirma que:

“Consideran que las personas discapacitadas están mejor muertas, ya que son un desperdicio de recursos”.

De hecho, el pasado mes de marzo un juez canadiense autorizó la eutanasia de una mujer con autismo, rechazando la petición contraria de su padre ante el juez.

Estos ejemplos demuestran que la pendiente resbaladiza que conlleva la legalización de la eutanasia y el suicidio asistido es una realidad y sus efectos no se han valorado desde una perspectiva ética. Por supuesto, nadie desea una muerte dolorosa en un entorno sanitario frío y despersonalizado, pero el uso y abuso de la inyección letal solo es una cortina de humo que esconde la deshumanización y división de la sociedad en personas “útiles” e “inútiles”.

Cuidados finales

Por lo tanto, sería necesario regular con cautela aquellas situaciones desesperadas del final de vida por los efectos de enfermedades avanzadas o crónicas mediante cuidados paliativos. Sin embargo, la falta de dotación económica de este servicio “vital”, aparejado a las dificultades económicas de muchas personas con discapacidad y sus familias ha convertido la eutanasia en la salida más fácil para problemas sanitarios que nada tienen que ver con el final de vida (depresión, discapacidad, etc).

En este mismo blog, el médico Jacinto Bátiz se hacía eco hace unos meses de la falta de una ley de cuidados paliativos en España, lo cual contrasta vivamente con la aprobación de la Ley Orgánica Reguladora de la Eutanasia (LORE) de 2021 en plena pandemia del COVID-19. Tal como apunta Bátiz, parece que el Estado ya ha cumplido al dar una solución rápida y aparentemente inocua al sufrimiento que acompaña a la muerte sin tener en cuenta que los cuidados paliativos “dignifican el cuidado del enfermo”.

Parece que tanto Alain Delon como muchos otros han identificado la “buena muerte”, la denominada “muerte digna” con la “eutanasia”, lo cual no es del todo falso teniendo en cuenta que etimológicamente el término griego “euthanasía” significa efectivamente “buena muerte/muerte apacible”.

No obstante, la buena muerte es algo muy distinto, es un proceso íntimamente vinculado con una muerte digna, tanto sanitaria, como física y sentimental. En definitiva, la mejor muerte es aquella que, con suerte, se produzca en un entorno presidido por la empatía, el afecto, el acompañamiento y la comprensión. Todos estos ingredientes no los proporciona ningún fármaco, sino únicamente la mano humana que hasta el final, con su tacto y delicadeza, facilite el tránsito hacia el otro lado.

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Sonia Jimeno
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  • Doctora en Bioética y Éticas aplicadas.
  • Licenciada en Traducción e Interpretación, Universitat Pompeu Fabra (UPF) (1999); licenciada en Filosofía, Universitat de Barcelona (UB) (2006); Máster Oficial en “Ciudadanía y Derechos Humanos: Ética y Política”, Universitat de Barcelona (UB); Tesina en La lucha por las patentes: aspectos legales, materiales y políticos de la propiedad industrial en la industria farmacéutica. Beca de investigación concedida por la Fundació Víctor Grífols i Lucas sobre bioética por el proyecto de investigación titulado «Las patentes biotecnológicas: en los límites de la legalidad» en nombre de la Universidad de Barcelona. Doctora en Bioética y Éticas aplicadas (Programa de doctorado Ciudadanía y Derechos Humanos). Título de la tesis doctoral: Poder de las patentes y bioprecariedad: cuestiones de legalidad y de legitimidad (https://www.tdx.cat/handle/10803/662732).
  • E-mail:  sjr@curellsunol.es

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