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1984: Orwell, el ateísmo y el totalitarismo

¿Desacreditar la existencia de Dios promueve el pensamiento ilustrado o la falta de realidad objetiva?

Las polémicas muy reales del 2021 de Estados Unidos han conjurado la distopia ficticia de 1984 de George Orwell. La derecha condena a las grandes empresas tecnológicas como un incipiente Gran Hermano que vigila a los ciudadanos y suprime el pensamiento desaprobado. La izquierda responde que Donald Trump es la verdadera amenaza orwelliana.

Estos animados desacuerdos ocultan un importante consenso. La mayoría de los estadounidenses están de acuerdo en que el totalitarismo descrito en 1984 es malo y que deben cuidarse de permitir que esa visión de pesadilla se haga realidad en el propio país. El compromiso con la preservación de la libertad, por tanto, invita a considerar la base de este totalitarismo. En otras palabras, se debe realizar una pregunta: ¿Qué conducta de los ciudadanos promueve que surja una tiranía así?

En la novela clásica de Orwell, el totalitarismo de Oceanía se basa en el ateísmo obligatorio. Oceanía está gobernada por «el Partido», que prohíbe la religión a sus miembros. La creencia religiosa es uno de los «crímenes» que Winston Smith, el héroe de 1984, confiesa bajo tortura, junto con la perversión sexual y la admiración del capitalismo. El Partido tiene que prohibir las creencias religiosas porque el ateísmo es la base moral y metafísica de su poder absoluto.

El ateísmo es la base moral del control ilimitado del Partido sobre sus propios miembros, porque les ocasiona el terror a la muerte como inexistencia absoluta. Como cualquier gobierno, el Partido en 1984 tiene el poder de matar a los sujetos desobedientes. Los miembros del Partido, sin embargo, ven la muerte no sólo como el fin de la vida corporal, sino como un borrado completo de su ser: sus pensamientos, sus palabras, sus afectos, sus actos. Winston Smith reflexiona que lo «terrible» del Partido es su capacidad para hacer que la persona se desvanezca, de manera que «nunca más se supo de ti ni de tus acciones. Te sacaron limpiamente de la corriente de la historia».

Sin embargo, el Partido no exige el ateísmo a todo el mundo. A los «proles» -los proletarios, los trabajadores- se les permite la creencia religiosa. Como enseña el Partido, «los proles y los animales son libres». Al estar libres del ateísmo dogmático, los proles también son libres de creer en el valor intrínseco de sus propias intenciones y acciones, incluso ante la muerte. Para los proles, como para la gente que había vivido antes de la revolución que dio paso al estado totalitario de Oceanía, «un gesto completamente indefenso, un abrazo, una lágrima, una palabra pronunciada a un moribundo, podía tener valor en sí mismo». Así, los proles, observa Winston, habían «seguido siendo humanos».

Por el contrario, los miembros del Partido ven la muerte como una derrota absoluta, de la que la única salida es la sumisión total al Partido, que es el único inmortal. Esto, como el funcionario del Partido O’Brien instruye a Winston, es la base del lema aparentemente contradictorio del Partido, «la libertad es la esclavitud». Como individuo – «solo» y «libre»- el «ser humano está siempre derrotado», porque «todo ser humano está condenado a morir, que es el mayor de los fracasos». El único camino de salvación, por tanto, es la «sumisión total y absoluta» al Partido. Sólo si un individuo puede «escapar de su identidad», sólo «si puede fundirse en el Partido para ser el Partido», puede llegar a ser «todopoderoso e inmortal».

El ateísmo es también la base metafísica del régimen totalitario de 1984. Es la base de la comprensión filosófica de la realidad en la que se basa el poder ilimitado del Partido.

El Partido insiste en enseñar a sus miembros que no existe una realidad externa y objetiva aparte de la conciencia humana subjetiva. Esta es la lección que Winston tiene que aprender por las malas (bajo tortura) después de intentar pensar por sí mismo. Intentar pensar por sí mismo implica que hay algo «ahí fuera» sobre lo que puedes pensar, alguna «verdad» que podrías encontrar, en base a la cual podrías criticar la opinión aprobada.

Esto el Partido lo niega enérgicamente, como O’Brien se esfuerza por enseñar a Winston. «Nada existe excepto a través de la conciencia humana». «Fuera del hombre no hay nada». «La realidad está dentro de tu cráneo». «Debes deshacerte de esas ideas decimonónicas sobre las leyes de la naturaleza. Nosotros hacemos las leyes de la naturaleza«.

Como no existe una realidad externa y objetiva a la que deban ajustarse todos los seres humanos, el Partido decide lo que es «real». «La cordura», llega a creer Winston, es «estadística». Es decir, la cordura significa no ver lo que realmente existe, sino ver lo que todos los demás ven, que es lo que el Partido es capaz de hacerles ver. «Todo lo que el Partido sostiene como verdad es verdad. Es imposible ver la realidad si no es mirando a través de los ojos del Partido».

La incredulidad en cualquier realidad externa y objetiva da al Partido un poder absoluto sobre las mentes de sus miembros. O, dicho de otro modo, esta incredulidad asegura el fiel servicio intelectual de los miembros del Partido, su disposición a aceptar cualquier cosa que el Partido les proponga, por muy absurda que sea a primera vista, por muy obviamente que contradiga lo que el Partido ha dicho anteriormente. Esta filosofía es la base de otro de los famosos lemas del Partido: «Quien controla el pasado controla el futuro; quien controla el presente controla el pasado».

Como no hay una realidad objetiva, el pasado no tiene una existencia real, y el Partido puede hacer lo que decida, sin importar que sea. Como O’Brien obliga a Winston a admitir, el pasado no existe en ningún lugar al que se pueda ir a confirmar sus características. Se podría intentar decir que existe en los registros, pero el Partido puede revisar todos los registros. Podrías intentar decir que existe en los recuerdos de la gente, pero el Partido puede falsificar los recuerdos de la gente mediante la desinformación y la intimidación.

1984 coloca de cara a las personas a una sugerencia radical y muy significativa: sin Dios como observador eterno y omnipotente, no hay realidad objetiva. Muchos han argumentado que sin Dios no puede haber principios morales fijos. La gran obra de Orwell va más allá, planteando la posibilidad de que sin Dios ni siquiera puede haber «hechos» en ningún sentido significativo y fiable.

Piensa en ello. Suponiendo que se derrama un poco de agua en la acera en un caluroso día de verano. En unos instantes desaparece, se evapora. ¿Es posible insistir en que realmente estaba allí? ¿Dónde está la evidencia de ello ahora? Si no hay eternidad, si no hay nada más que un flujo incesante, entonces toda la vida humana -y, de hecho, toda la civilización humana y todo el pasado humano- está al nivel de esa agua que se evapora rápidamente. Estas cosas aparecen por un momento y, una vez que desaparecen, ya no existen. Por lo tanto, es posible afirmar que son lo que se quiera, o incluso negar que hayan existido. O, para ser más exactos, los que tienen el poder pueden imponer estas afirmaciones y negaciones al resto de las personas.

Durante décadas -de hecho, durante siglos- muchos pensadores supuestamente profundos han proclamado al mundo que, al desacreditar la creencia en Dios y en la vida después de la muerte, estaban promoviendo la ilustración y la libertad de la mente. Sin embargo, 1984 de Orwell invita a considerar si tales pensadores han estado realmente destruyendo las bases de la libertad y sentando las bases de un despotismo sin precedentes.

 

 

Publicada en Bioedge por Carson Holloway | 30 de marzo de 2021 |Orwell, atheism, and totalitarianism

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