Me encontraba en un grupo de trabajo sobre temas sanitarios, cuando surgió la necesidad de clarificar la forma de enfocar algunas situaciones con el fin de tomar las decisiones adecuadas. Con este motivo surgió en el debate la cuestión del bien y del mal éticos.
Uno de los participantes mostró su disconformidad con calificar de buenas o malas algunas acciones, porque le sonaba a represión de la conducta y a discurso religioso.
Pienso que estaba diciendo en voz alta lo que es un planteamiento muy común: no hay bien ni mal. Todo está bien, porque cada uno puede hacer lo que le parezca y nadie puede juzgarlo desde afuera. Las normas sólo sirven para ordenar la conducta en sociedad de tal modo que no avasallemos a los demás. Fuera de eso cualquier comportamiento humano es bueno, si se hace por libre elección.
Esto no me parece cierto. Hace unos años vino a verme una persona. Había dedicado su vida a trabajar con el fin de conseguir una posición segura. Sólo había tenido un hijo, pero le había dado todo lo que necesitase. Por último le había comprado una moto. Al poco tiempo el chico se estrelló con la moto y se mató. Esta persona acababa de jubilarse. Es cierto que había conseguido una cierta seguridad económica. Pero, me decía, ¿para qué? Estaba sola, y no encontraba mucho sentido para su vida. Otros tienen hijos, nietos, familia. Él tenía la impresión de haber perdido el tiempo, pero se daba cuenta ahora. ¿Cómo recuperar el tiempo perdido?
El tiempo es difícil recuperarlo. Tan sólo podemos aprender a no perderlo. Analizar éticamente nuestros comportamientos sirve para que el paso de los años no sea tiempo perdido, sino empleado en la felicidad. Algo es bueno cuando nos hace felices, y es malo cuando nos aparta de este camino, haciéndonos «perder el tiempo».
Alguno podrá pensar que hay muchos tipos de felicidad, y es cierto. Por eso se trata de elegir bien donde pongo mi felicidad.
Una investigación llevada a cabo por psicólogos de la Universidad de Rochester con las respuestas a un cuestionario administrado a 147 recién graduados ha demostrado que son los logros intrínsecos (relaciones significativas, salud, crecimiento personal) los que proporcionan mayor autoestima y mayor sensación de bienestar. Los logros extrínsecos como la riqueza, fama o imagen personal, lo que más provocaba era ansiedad e infelicidad.
Solo se vive una vez. La felicidad no es solo un estado de sentimientos o sensaciones. Es algo mas grande, el encuentro con uno mismo, la paz, la conciencia de plenitud.
¿Sirve de algo la experiencia de los demás? Una afirmación desorbitado de la autonomía del individuo, contestaría, que no. Cada uno tiene que encontrar en soledad su propio camino
Eso es cierto. Pero también lo es, que cada uno hace su experiencia mirando la experiencia de los demás. De ahí el papel imprescindible de la cultura, de la educación y de la familia. Si estas instituciones no transmitiesen unos valores reales, no sólo formales, fallarían en su cometido social.
Una cosa es imponer unas particularidades a todo el mundo, lo que iría contra la tolerancia, y el respeto a las personas, y otra es quedarse mudo ante cualquier referencia ética.
Los niños y los jóvenes necesitan en modo especial de esas referencias. Después las asumirán o las rechazarán, pero mientras tanto les habrán ayudado a profundizar en el sentido de la vida.
El problema estriba en que no se puede enseñar el bien y el mal, sin el esfuerzo por vivirlo personalmente. Se enseñan no afirmaciones huecas, sino principios que dan sentido a la propia existencia, .
¿Queremos que los que vienen detrás sean felices? Solo nuestro esfuerzo por encontrar y vivir lo que éticamente es bueno podrá servir para transmitirlo a los demás.
Ser sinceros, honestos, fieles, esperanzados, solidarios, pacíficos, etc., no son normas para enseñar a los niños y a los jóvenes, sino un modo de vivir que se comunica a los que se quiere que sean felices.
más: The path taken: Consequences of attaining intrinsic and extrinsic aspirations in post-college life
Comments 9
¡Enhorabuena! Un gran artículo sobre la influencia de nuestras decisiones y acciones en nuestra felicidad. Totalmente de acuerdo con la frase «se trata de elegir bien donde pongo mi felicidad.» Creo que es la clave de la cuestión.
Por otro lado, también estoy convencido de que la experiencia de los demás es de gran utilidad, tanto para aprender de sus aciertos, como de sus errores.
que gran pagina tienes amigo te felicito
gracias!!!
Padre:
Ese discurso acerca del relativismo moral es una auténtica falacia. Realmente existe un concepto muy extendido, (y establecido) de «bien» y «mal», aunque dicha idea se caracteriza por ser tosca, oscilante y visceral. Para empezar lo que suele ser «malo» es lo que los medios de comunicación tengan a bien en indicarnos. Por ejemplo, el albino caótico-malvado y absolutamente inquietante de ese panfleto comercial llamado Código Da Vinchi, (la peli sobre todo) es muy malo, una especie de mezcla de Torquemada y Heinrich Himmler. Por otro lado es «bueno» lo que nos enseñan, por ejemplo en los centros de estudio, como la la homosexualidad, que no sería mala, si no una alternativa más. «Malos» serían aquellos que afirman que tales prácticas son una muestra de anormalidad en la afectividad de la persona.
¿Entonces?
Entonces lo «malo» o «bueno» dependerá de los «colores», del color de quien propaga las ideas. No de un sosegado y sincero análisis de las afirmaciones realizadas.
Respecto a la felicidad… bueno, para ser felices primero hay que ser valientes. Es a la vez muy sencillo, pero en cierto sentido muy complejo.
Saludos.
Interesante post y artículo.
Entiendo que la ética es el conjunto de normas que elegimos para vivir, y que esta ética no puede ser «enseñada» sino que debe ser «sentida». Pongamos que los 10 mandamientos son un válido código ético, concretamente «No matarás». Objetivamente, puede parecer que matar está «mal», pero ¿y si por ejemplo fuera un genocida tipo Hitler? ¿Estaría entonces justificado? Con el resto de mandamientos, y realmente con cualquier código ético, pasa lo mismo ya que dependiendo de la situación la ética fluctúa. Yo no robo ni robaría, pero si mi familia pasara hambre no lo dudaría ni un segundo.
Desde mi punto de vista, se aprecia que la gente tiene diferentes conceptos de la ética y del civismo, y creo que una vez pasada la infancia, el cerebro se «endurece» y es MUY difícil conseguir que los valores internos, o código ético cambien o varíen.
Estimado señor Langredo:
No creo que exista una multitud calidoscópica de conceptos «moral», (antaño no se hacía distingo entre «moral» y «ética». La cesura conceptual no es más que una característica más de la Modernidad). Posiblemente sólo haya dos variables en los tiempos que corren: la «progre» y la «burguesa»… que para colmo en esencia no se diferencian en casi nada, más bien en la intensidad de la subversión.
Si un genocida tipo Hitler hubiera ganado la guerra la moral «oficial» hubiera sido otra. Y nos repetirían de forma machacona lo genocidas que eran Stalin, un Churchill o un Rooselvelt.
¿Entonces?
Quiero decir que la moral no ha de estar supeditada a la coyuntura sociopolítica del momento, ni ha de ser un instrumento de unos y otros.
Los cristianos lo tenemos claro… sólo hay una moral; la que se ajusta a la Verdad.
Un fuerte abrazo.
Alfredo: Yo más que sentida, pondría descubierta, o mejor reconocida. Descubierta, ¿donde? al mirar a nuestro alrededor. Por ejemplo en el caso que citas es evidente que en caso de necesidad de supervivencia se puede uno apropiar de cosas que son de otros. Eso no contradice a los 10 mandamientos, porque el que habla de no robar, siempre ha sido entendido como no apropiarse injustamente de lo que es de otro. Ahora bien, esa posesión que uno tiene sobre algo, no es absoluta. Los bienes están dados para todos los hombres, aunque el acceso a ellos pueda ser frecuentemente a través de la propiedad privada, o nacional.
No es una cuestión de los cristianos: Marco Tulio (Cicerón) +46A.C., político y orador romano, en su libro La República, escribe respecto a la Ley Natural: «Ciertamente existe una ley verdadera, de acuerdo con la naturaleza, conocida por todos, constante y sempiterna… A esta ley no es lícito agregarle ni derogarle nada, ni tampoco eliminarla por completo. No podemos disolverla por medio del Senado o del pueblo. Tampoco hay que buscar otro comentador o intérprete de ella. No existe una ley en Roma y otra en Atenas, una ahora y otra en el porvenir; sino una misma ley, eterna e inmutable, sujeta a toda la humanidad en todo tiempo…». (Cap. 3)